Espero que la crisis diplomática entre México y Bolivia se resuelva pronto. También espero que el gobierno boliviano reaccione con prudencia y sentido común
Pertenezco a aquella vieja generación de latinoamericanos que fuimos educados bajo el principio por el cual se considera que todos los países de la región somos hermanos. En mi infancia seguí la revolución nicaragüense con la ilusión que sólo se tiene al contemplar la liberación de un pueblo. Conocí refugiados guatemaltecos y chilenos. Para mí, el sacrificio de Allende fue una señal del tiempo que me tocó vivir. Crecí con jóvenes asilados argentinos con los que celebré el retorno de su democracia. Me educaron para ver mi continente, el gran continente de la Ñ, como una sola familia. Por eso me parece terrible lo que nos está sucediendo en Bolivia.
He dicho, “nos está sucediendo”, no quiero corregir la frase, pero me detengo a leerla y es que, en efecto, algo nos está sucediendo allá. Se trata de un desencuentro en el que la fuerza del autoritarismo rompe las reglas de la legalidad y del sentido común. No es sólo un pleito entre países hermanos, lo cual ya es de suyo grave, sino también la incomprensión de una de las instituciones básicas de la cultura occidental. El asilo político en un país que no tarda en generar una oleada de refugiados es fundamental.
El primer capítulo se ubica en el asilo concedido a Evo Morales. No voy a discutir si se merece o no el asilo, es decir, si tiene los méritos suficientes para obtenerlo, como parecen decir quienes lo califican y cuestionan la acción del gobierno mexicano. El asilo no se merece, se solicita y se concede, así de sencillo. El asilo busca garantizar la conservación de la vida de quien es amenazado en su país por sus circunstancias u opiniones políticas, cualesquiera que estas sean. Nuestro país es ejemplo de ello. Hemos recibido asilados de toda naturaleza política y aún los que, sin tenerla, se vieron amenazados por sus simpatías, su procedencia étnica o su fe. Asumir que el asilo es un premio o una especie de reconocimiento es asumir que sólo algunos tienen derechos humanos, aquellos que, según otros, así lo merezcan.
Los hechos, aquello que nos está sucediendo en Bolivia, no es raro, pero sí es disfuncional, sucede cuando un gobierno autoritario –golpista o no es otra discusión– pretende imponerse a los tratados internacionales o al derecho humanitario. No es raro, ya nos lo hicieron en Chile con Pinochet, a quien también le dio por asediar nuestra embajada para negar el derecho de asilo. En aquel entonces, una correcta política exterior y el valor e inteligencia de Gonzalo Martínez Corbalá lograron mantener el orden y la legalidad internacional. Es que el hecho está ahí y nuestra embajada está rodeada y sometida a acoso policial para intervenir contra el derecho de asilo. Y retornamos al punto anterior de la discusión, si son delincuentes comunes según el gobierno boliviano –constitucional o no eso es cosa suya no nuestra–, pero se olvidan que uno de los elementos fundamentales del derecho de asilo es que es el país asilante y no el expulsor quien determina la condición jurídica del asilado. Es decir, ya bajo la protección de la embajada mexicana, le corresponde a nuestro gobierno determinar si a los solicitantes les asiste el derecho de nuestra protección. Si correspondiera al país expulsor, nadie, nunca, alcanzaría el derecho de asilo. Ningún Estado en el mundo se asume como persecutor y por lo tanto, de oficio, negarían toda salida.
Lo que correspondería en una sana política, en aras de mantener en la medida de lo posible la normalidad de nuestras relaciones, es que el gobierno boliviano –democrático o no es cosa suya, no nuestra–, expidiera los salvoconductos para permitir la salida de los asilados. En cambio, lo que ha sucedido superó toda expectativa: un drama de enredos en los que se ha visto implicada la diplomacia española y la expulsión de nuestra embajadora que, dicho sea de paso, no ha hecho sino cumplir con su deber de manera especialmente señalada. Lo que sigue entonces, no es difícil de prever; presiones internacionales, cerca de la ruptura de relaciones y, esperemos que, finalmente, la concesión de los salvoconductos y el respeto a nuestras instalaciones y personal diplomático. Si los asilados que están en nuestra embajada merecen o no el asilo, si son bienvenidos o no, si son un error diplomático o un acierto humanitario –eso es cosa nuestra, no del gobierno boliviano– y será una tensión que resolveremos aquí que para eso somos una república democrática. Es claro, ningún asilo político concedido dentro de la tradición mexicana ha sido unánimemente defendido. A los españoles republicanos los llamaron refugachos, los argentinos y los chilenos con los que jugaba eran los hijos de los comunistas ateos; el sha de Irán tuvo que entrar como turista; pero esa discusión es nuestra nada más. Espero que esta crisis diplomática se resuelva pronto. También espero que el gobierno de Bolivia –cualquiera que sea su naturaleza– reaccione con prudencia y sentido común, que no dé el ejemplo a su propio pueblo de usar la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, que muestre a sus ciudadanos que es respetuoso, pese a todo, del derecho internacional y de los derechos humanos, pero claro, eso es cosa suya, la nuestra es salvar las vidas de quienes se han acogido a nuestra protección soberana.