Eres el último al que invitaron y eres el primero en llegar sinceramente. Lo haces de corazón, lo estuviste pensando mucho desde hace rato en que te invitaron. No hallabas qué ropa ponerte. Escogiste la más nueva con la cual no pasas desapercibido, con la que das el gatazo, con la cual además descubren cierta gente un gesto distinto, una mirada en los ojos que se fija en tu peinado. O en tu manera de no decir nada. Querrás decir.
No te aflijas: si dices, porque dices; si no dices, porque no dices. La gente se fija en ti de igual manera o no se fija, no te apures, nada más tú crees que se fija, la gente no se preocupa. Tú eres el de la paranoia.
Como cuando quieres llamar la atención y luego te arrepientes o por el contrario bajas tanto el perfil que no apareces en la lista de los presentes, no estuviste en ninguna parte.
Cuando llegan los demás sientes que te miran y escuchan, que hablan, que dicen y cuestionan «y a éste quién lo invitó, qué jabón lo patrocina». Tú mismo te respondes que nadie te ha invitado. Bueno, de último momento te llamaron por teléfono con un contundente «no vayas a faltar por favor señor», con un dejo de… «ya que todos aquí decidimos que si no viene vamos a hacer de cuenta como si aquí hubiese estado». Con un no se preocupe en la cara.
Dicen que al último que invitan es al que si no va no importa, ni siquiera harán como si hubiera ido. Y sin embargo es el que nunca falta.
Nadie iba a preguntar por ti. Inclusive todos, absolutamente todos, ignoran esa pequeña posibilidad de que hubieses asistido y sin embargo fuiste. Ahí estás parado cerca de la puerta, eres un desconocido que busca a la persona que lo invitó de último momento que al parecer no ha llegado.
Esta vez no es lo mismo ser el primero siendo el último en haber sido invitado. No es como estar en el primer sitio en la cola de las tortillas o en donde se sacan los boletos para un partido, lejos de tu ciudad con apenas dinero para el boleto, ignorando si ya subieron de precio. Aún ahí te sentirías mejor que ahora, que ves cómo empiezan a llegar algunas personas, que te saludan porque estás en la entrada y no les queda de otra. Afuera está lloviendo.
Eres el primero que ha llegado, entonces después de ti llegan todas las personas que te saludan. Si hubieras llegado al último, en ese hubiera que no existe, saludar hubiese sido una alternativa y con un levantar la mano sería más que suficiente.
Ahora que escalaste tres escaleras, caminaste sobre el estrado y te has sentado en medio de la mesa , ves a toda la gente acomodada en sus sillas y te sientes extraño de ser el último invitado.
Todavía escuchas el teléfono, la voz de la señorita que te dice «no vaya a faltar señor», pero sabes que todos los que están aquí reunidos tienen ya meses planeando esta fecha, mordiendo la trama. Ellos saben de qué se trata esta fiesta, y tú solo fuiste el último invitado. En peligro te hayas equivocado de fiesta.
Posiblemente sea una trampa o un asesinato. Si no hubieras venido te hubiese ocurrido otra cosa y aquí hubiera ocurrido tal vez lo mismo o tal vez no hubiera ocurrido ningún crimen o ningún asalto en despoblado. Uno qué va a saber de fiestas y de invitados.
Hubiera ocurrido lo mismo que hoy ocurre. El mismo entarimado, el mismo conductor prieto y aguardentoso del evento, las mismas personas gritando, comiendo fritos, los mismos compañeros grillos a un lado, todo igualito, pero sin tí sientes que hubiera sido lo mismo.
Eres como un invitado de piedra, pero no tardas en elaborar un discurso para decir lo que piensas y que esa pequeña, pero para ti gigantesca fábula de lectores, comience a leer. Afuera inicia tranquilamente el 2020.
No eres de los primeros que invitaron a este año, pero estás invitado. Esperas que eso cuente como una respuesta para cuando te pregunten por qué llegaste primero. Que no sea sólo por el hecho de que afuera esté lloviendo.
HASTA PRONTO.