Durante su campaña Trump se pronunció a favor de la tortura. También durante su campaña Trump usó una imagen de un plato lleno de skittles (unos dulces parecidos a los M&M) con una leyenda que rezaba: “¿Si supieras que hay tres skittles envenenados en este plato acaso te comerías un puñado de dulces? Este es nuestro problema con los refugiados sirios”. La implicación era que es imposible distinguir a un terrorista de un refugiado, porque todos los sirios son iguales. Aún así, ya como presidente, Trump quiso admitir como refugiados a los sirios cristianos, y negar la entrada a todos los musulmanes. El mismo argumento vale en la cruzada trumpista contra los mexicanos. Los mexicanos son indistinguibles unos de otros. Hay entre ellos bad hombres que son como los skittles envenenados, y que los hace a todos sospechosos de ser desleales. Así, el juez federal Gonzalo Curiel, nacido en Estados Unidos, no tenía, según Trump, la neutralidad requerida para juzgar un caso de fraude contra la Trump University.
O sea que en materia de derechos humanos el presidente de Estados Unidos se ha pronunciado a favor de la tortura y la discriminación por origen religioso y nacional. La imagen de Estados Unidos como campeón de los derechos humanos se hace difícil de sostener.
Y la cosa sigue: en entrevista televisada el conductor conservador Bill O’Reilly objetó la visión positiva de Trump respecto de Putin, recordando que Putin es un asesino, a lo que el presidente respondió que “nosotros también tenemos muchos asesinos, ¿acaso crees que somos tan inocentes?”. Fin de la diferencia aspiracional entre Estados Unidos y Rusia. Trump también felicitó a Rodrigo Duterte, presidente filipino, por su abordaje al combate a las drogas; para entonces Duterte se había declarado por el exterminio extrajudicial de hasta tres millones de supuestos drogadictos.
Y la lista de transgresiones a los derechos humanos continúa: según Trump, la prensa estadunidense es “enemiga del pueblo”, declaración que en su momento favorecerá la coerción a la libertad de investigación y de expresión; por otra parte, se han reportado casos de violencia doméstica, en que las víctimas fueron deportadas por la policía a quienes ellas habían llamado para que las protegiera. Ahora las mujeres indocumentadas estarán más expuestas al abuso doméstico que nunca antes.
Dado todo este panorama no sorprende que hayan faltado tanto el ministro Rex Tillerson, como el bombo y platillo que tradicionalmente acompaña la presentación del reporte anual acerca del estado de los derechos humanos en el mundo, que cada año expide el Departamento de Estado. Dicho reporte había sido hasta ahora una pieza importante de la política exterior de Estados Unidos, y se usaba para defender decisiones sobre ayuda internacional, por ejemplo, o para justificar condenas o represalias contra países violadores de derechos humanos. La falta de importancia política del evento este pasado marzo responde, primero, a que Estados Unidos mismo se prepara para violar derechos humanos de manera franca, y segundo, a que la política internacional del gobierno de Trump hará caso omiso de los derechos humanos como factor relevante. Por último, el retroceso se relaciona también con el presupuesto que ha presentado Trump al Congreso, que incluye un aumento enorme de recursos para las fuerzas armadas (10% del presupuesto del gobierno federal), y esa enormidad de dinero saldrá, entre otros, de recortes al rubro de ayuda internacional.
¿Qué significa para México la retirada de Estados Unidos como agente de refuerzo de los derechos humanos como un factor importante de sus relaciones internacionales? Por una parte, habrá que prepararse para que las expulsiones de mexicanos sean más arbitrarias que nunca. Eso ya lo sabíamos, pero los efectos indirectos pueden ser también importantes, y habrá que cuidarse de ellos. México tiene una crisis muy importante de derechos humanos, relacionada principalmente con la guerra contra el narco y con el tráfico de personas, falta justicia en casos de abuso por parte de policías y fuerzas armadas, de los múltiples abusos increíbles de parte del narco, en trata de personas, por ejemplo, realizados a veces en colusión con —o al menos con la anuencia implícita de— autoridades municipales, estatales o aun federales. Están también los asesinatos no resueltos de periodistas y un etcétera preocupantemente extenso.
La falta de interés y compromiso de Estados Unidos por los derechos humanos significará que la protección de esos derechos en México dependerá más que nunca del apoyo que puedan recibir de la sociedad y el gobierno, y que son ellos quienes habrán que procurar, utilizar y reforzar los tratados internacionales y las cortes existentes para evitar el endurecimiento sordo del impulso violatorio. El gobierno asesino de Duterte en Filipinas debe servir como una advertencia grotesca de lo que podría suceder también en México y América Latina. Importará fortalecer todo el sistema judicial como prioridad nacional urgente.