Cuando me encuentre
máteme. Mejor se lo digo
de una vez. No soy muy
recomendable, pues luego de
que usted dirija a mí sus pasos
o desde que yo descubra que
usted me está mirando, desde
que la vea o nos veamos, tal
vez pudiéramos usted y yo
iniciar un largo viaje. Y entonces
se dará cuenta de lo que le
estoy hablando.
Y así sin más ni más, sin
explicarle quién soy ni de dónde
vengo, me dejaría llevar por
su voz como por el viento y tal
vez me quede allí a vivir como
vive la sangre en el cuerpo o a
gravitar enfrente de sus ojos, no
sé, uno pierde la idea de lo que
sucede cuando dos personas se
conocen. Es un aeroplano cuyo
aterrizaje es incierto.
A partir de ese momento me
volvería yo un chicle pegado
estratégicamente abajo de una
mesa. Nadie además se daría
cuenta. Seríamos usted y yo y
nuestra conciencia.
Le hablaría y no diré a nadie
que le hablé, le escribiría unas
palabras de forma anónima y a
otras le pondría su nombre para
que nadie supiera. Para que
hubiese de todo.
No siendo un depredador,
más bien soy un inofensivo
espectro, no me explico por qué
no soy muy recomendable para
la gente, sólo trato de intuirlo, y
así lo digo con la misma frescura
con que lo dicen.
Porque caerle gordo y
gustarle a usted, resultan ser lo
mismo, ambos extremos arden
en el mismo fuego.
Lo aconsejable es que si por
un descuido me ve, logre usted
hacer como si no me hubiera
visto. Que la indiferencia sea a
la vez el paso de otro paso, un
carro enseguida de otro amarillento,
el verde de un semáforo,
el interrumpido paso del ruido
arrastrado por el viento hacia el
ocaso. Un atropellamiento.
Cuando me encuentre, y
desde que me encuentre, intente
eliminarme en la primera
oportunidad que se le presente.
Instruyase y sea valiente.
Después podría arrepentirse y
tendría yo la ocasión de decirle
en la ventana que ya es tarde.
Será el momento en que
ignora usted si habrá otra opor-
tunidad para matarme. Sí falla
la primera vez, podrá empezar
a darse cuenta que no es fácil
acabar conmigo. Se trata de algo
que ni yo mismo consigo. Soy
mi delator y al mismo tiempo
mi frustrado verdugo que tal vez
haya caído antes que yo en la
desesperación. Es decir: en un
momento dado de esta relación
conflictiva, como lo es verse por
primera vez a los ojos, mátame
antes de que lo intenté yo mismo,
como todas las veces que
dije que lo intentaría.
Si sobrevivo a mi suerte, si
no logra asesinarme, no será
porque yo sea muy hábil, que
sea porque usted no quiso matarme.
Así no guardaré cargos
de conciencia más de los que ya
guardo.
Si yo le sobrevivo y después
de todo puedo seguir mirándola
a los ojos, pudiese ser que yo
tratara de verle a usted a cada
rato hasta volverme un fastidio.
Que tuviera que pedir un tiempo
para descansar de mí. Pudiera
ser que llegase con el tiempo,
con el tiempo sí, a buscar su
mano. Y que usted no me la
ofresca y yo quisiera arrancarsela
de cuajo. Eso suele pasar muy
seguido como crece el cabello,
como la misma gente habla y
guarda silencio, como los cuartos,
como la media cuadra de la
esquina sin un perro.
Máteme en caliente. Antes de
que me arrepienta de pedírselo.
Máteme de repente, pero no
espere tanto tiempo, no es para
que pase la hora y que pase
el día y que pase toda mi vida
como ocurre siempre.
Mátenme si me encuentra
abajo de las cobijas haciendo el
amor con usted que resulta ser
usted. Máteme si es que puede,
si es que tiene la solvencia de
mirarme a los ojos y después de
esa mano que se extiende puede
alzar su mano. Siempre quise
morir de un abrazo.
En lugar de saludarme con la
mano golpee con ella mi rostro.
Es otra manera de decirle que
con una cachetada tengo. Máteme
muchas veces, sí se puede. Y
en la posdata le confirmo que yo
podría morir con mucho gusto
muchas veces en sus brazos…
hágalo ahora, máteme con uno
de sus besos.
HASTA PRONTO.