CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.-Las calle polvorienta y solitaria apenas iluminadas con un foco amarillo es el lugar perfecto para que dos jóvenes de shorts, sudadera y gorra se sienten en la banqueta a fumar mariguana por la madrugada.
Encienden el porro y se sientan muy junto para mitigar el frio. La ‘luciérnaga’ enciende y apaga varias veces y uno de ellos se echa a reir, el otro lo calla plantándole un ‘zape’ en la visera de la cachucha.
Casi al terminar su cigarro de mota, uno de ellos se incorpora y camina tres pasos. Voltea a ver a su camarada y señala un auto. El otro pregunta a señas y moviendo la cabeza. Ambos se paran a un lado de un viejo Montecarlo blanco y se asoman a través del sucio cristal: adentro hay una mochila y una batería para auto.
Uno de ellos señala la puerta del conductor advirtiendo que el carro esta abierto y luego apunta con el índice el cofre y hace una “V” con los dedos deduciendo que el coche porta no una sino dos baterías.
Voltean a ambos lados de la calle y muy lentamente abren una puerta trasera.
De pronto un ruido los alerta: es una motocicleta que se aproxima y un silbato suena fuertemente. Es el velador que hace su ronda por este barrio a las dos de la madrugada.
Los jóvenes se echan a correr dejando la puerta abierta y se separan en una esquina. Los perros se echan a ladrar y el velador inicia una breve persecución pues el aspirante a ratero cruza por un solar baldío y se pierde entre la penumbra.
Un portón se abre y sale la dueña del automóvil. Los vecinos se despiertan, las luces de las casas se encienden. El aroma a mariguana sigue en el aire.
El velador regresa al punto y entabla un breve diálogo con la señora que estuvo a punto de ser víctima de la delincuencia. Una patrulla de la policía estatal arriba al lugar con las torretas encendidas. Los uniformados sin bajar de su vehículo oficial hacen un par de preguntas y salen a toda velocidad en la misma dirección en que escaparon los muchachos dejando una nube de polvo que hace a los vecinos toser. La dueña del Montecarlo saca del auto la mochila y la batería, pone los seguros al coche y se mete a su casa. Los demás vecinos hacen lo mismo
El velador arranca su moto y tras hacer sonar su silbato da vuelta en “U” y avanza por una avenida ancha hasta un Oxxo. Se detiene y se acerca a la ventanilla para pedir “una coca de seiscientos”.
El hombre que ronda las seis décadas se recarga en un auto y enciende un cigarro. Da un trago a su refresco y resopla expulsando el humo.
Noches como esta se repiten mas a menudo de lo que el lector se imagina. El anciano de ojos cansados ya va a cumplir un ocho años realizando esta labor. Otero es su nombre.
Pero no siempre las madrugadas son buenas.
Hace tiempo se aventaba la faena en bicicleta, pero debido a su diabetes, una herida en un pie se le complicó y como no cuenta con atención médica o seguridad social se automedicó erróneamente y empeoró. Después un alma caritativa lo llevó con un especialista y poco a poco fue sanando. Pero nunca dejó de trabajar.
“Aquí no hay pero que valga, si un dia no chambeo y se roban algo o causan algún destrozo, cuando paso por la cooperación no me dan nada” dice don Otero, “un tiempo se agarraron a robar pilas todas estas colonias y pues la gente ya estaba hasta la madre del otro velador y me cambiaron a mi a este sector y ya paró el robadero”.
Uno de los reclamos que mas le hacen al velador es porque no interviene contra los trasnochados que hacen sus ‘pedas de banqueta’. Don Otero les responde que él hace el reporte y algunas veces la patrulla acude a callar a los vecinos ruidosos, pero en muchas ocasiones los agentes del orden simplemente no aparecen. Eso además de que han sido objeto de amenazas y hasta golpes por personas que presumen de ‘influyentes’.
“Mire joven – cuenta don Otero al Caminante – en esa calle vive una familia que varios son estatales y custodios y siempre tienen su ruidero y hasta truenan la pistola ya cuando andan bien borrachos, yo hago el reporte pero viene la patrulla y en lugar de aplacarlos se ponen a platicar con ellos porque son compañeros y con la misma se van”
El velador termina su cigarro, guarda el refresco en una mochila negra, enciende su moto y se despide para continuar su jornada. Ojalá le vaya bien, ojalá que no se enferme de nuevo, ojalá y no se tope con algún empistolado de mecha corta, ojalá todo le salga bien, porque a diferencia del Caminante, Don Otero no podrá decir: demasiada pata de perro por esta noche.