No sirve de cosa alguna escribir. ¿Para qué? ¿Qué utilidad tiene volver a decir que la muerte este país es inhumana e irrelevante? A quién le moverá a hacer qué un texto más sobre un asesinato más. Periodistas que ya no comunican, irrelevantes notarios de desgracias.
La prensa dice este jueves que mataron en Bocoyna, Chihuahua, a Juan Zamarripa Torres, a quien señalan como defensor de la Tierra. (https:// www.jornada.com.mx/2020/04/23/ politica/011n3pol)
El titular “Mataron a un activista” debería ser una rareza en cualquier sociedad que manifieste creer en la justicia yenlapaz.
Mataron a un activista que protegía bosques tendría que ser, en los tiempos del cambio climático y del Covid-19, una insensatez que sacara a la gente a la calle (bueno, por ahora al menos metafóricamente: que conmocionara en las redes sociales y la opinión pública). Pero no ocurre así, en este año iban ya dos asesinatos de activistas: Adán Vez Lira, defensor de humedales y asesinado hace diez días en Veracruz, e Isaac Herrera Avilés, que combatió a inmobiliarias
que en Morelos destruyen manantiales y bosques, lo que le costó la vida el 23 de marzo.
Y antes, en enero, falleció, en circunstancias que la autoridad no ha podido aclarar, Homero Gómez, activista y defensor de los bosques que dan abrigo a la mariposa monarca.
Tales informaciones tendrían que haber provocado, simultáneamente, pasmo y acción comunitaria. Incredulidad e incapacidad para quedarse sin hacer algo al respecto. ‘Tendría’, ese tiempo verbal de algo extraviado.
Hace semanas, frente a las cifras de homicidios de 2019, Alejandro Hope decía una cosa tan sencilla como contundente: en España ocurren al año 300 asesinatos, esos mismos que se registran en sólo tres días en México. Ni uno al día contra casi cien diarios. Increíble. Y la tendencia en 2020 va peor.
¿Qué escribir ahora frente a las muertes de activistas? ¿Que más vale dejar unas líneas para que en internet quede registro de que algunas columnas retomaron y lamentaron esos asesinatos de defensores ambientales? ¿Para qué? Y, sobre todo: ¿para quién decir eso? ¿Para los mexicanos? No, a los mexicanos nos valen esas atrocidades.
O me consolaré recitando en silencio que este es mi trabajo: dar cuenta de asuntos que no porque se hayan vuelto rutinarios deben ser dejados pasar sin insistir que no es normal matar como se mata en México, ni matar –si cupiera la expresión– a quien se mata en nuestro país.
Nunca fue buena idea esa tontería de que “se mataban entre ellos”. Porque una sociedad democrática rechaza eso de que matan a “los que andan en malos pasos”, porque ve en eso un cáncer que vulnerará al todo. La igualdad frente a la ley es una premisa sin la cual no es posible aspirar a una convivencia pacífica, a un progreso. Así que desentenderse de la violencia de otros es renunciar a que el imperio de la ley sea eso, total, sin excepciones.
Que se “mataran entre ellos” no es aceptable, tampoco, porque sin justicia plena y sin rechazo generalizado a la violencia, sea de quien sea en contra de quien sea, el ‘ellos’ es peligrosamente amorfo, tanto que pasa de un ‘margen’ al centro, de casos ‘aislados’, a un centenar de asesinatos al día. La impunidad genera más crimen. Y empodera a los criminales que matan, entre decenas de miles
al año, a cuanto activista les estorbe. Frente a la muerte de cada activista decimos ¡qué barbaridad! Sí, barbaridad, una palabra hueca en el año XV de esta guerra perdida. ¡Qué barbaridad!, un rezo pagano con similar, o menor incluso, eficacia que plegarias al santito de su predilección.