Tenemos el récord del mundo en caminar con ella de la mano. La mano de ella es una cuerda que se estira y afloja pero no se rompe. Es una especie de chicle el que nos adhiere las pieles de plástico.
Luego son mochilas, resorteras, ovillos de papel, retazos de fomi, cubrebocas, dientes de leche y la primera caída en la lucha libre que es la vida. Es suficiente gel en el pelo rebelde, información del clima según la ropa tendida, la voz que canta en la cocina su opera prima.
La abrazamos delante de todos. Sin pudores la cubrimos de besos tan necesarios para un perdón adelantado, o pagando los besos que no se hayan dado, por no contarlos con los dedos de la mano.
Le decimos que la queremos y es cierto todos los días del año. Su foto, aunque haya muchas, domina el escenario de la sala donde todos pasaron. Pero tú te quedaste en sus ojos y fuiste al fut con ellos y lloraste también con ellos.
Su vida es la de nosotros, pero viéndonos a cada rato, cuidandonos sin importar el tamaño y ya viejos nos vigila, nos apremia, nos corrige la forma chueca y estoica de abrocharnos los zapatos.
Es nuestra voz a un lado la que contesta cuando nadie lo hace. La que te ofrece y se acerca para olvidar lo que te iba a decir y no importa, le han salido dos canas que no habíamos visto. Deja las guardo, que no las vea nadie.
Junto a ella somos niños jugando siempre o regañados delante de la gente. Nos mira como un reloj y cada segundo cuenta, cada paso creciendo a su lado pateando una pelota, arrastrando un gato de la cola, trotando en un caballo de madera.
Sabes que es madre por el niño que lleva aunque no lo veas y solo lo vaya pensando. Es madre que le habla a su hijo como a sí misma para comer con el sol a mediodía la sopa de fideo.
Es madre, pero anda ocupada lavando, secando al viento sus palabras dichas y hechas. Se hizo una almohada y su sueño está hecho de estambre por si un abrigo en invierno.
Si la miras sonríe. Si lloras, ella quiere llorar contigo. Ella asume el control de la noche más negra llena de fantasmas con solo encender una lámpara imaginaria que nunca se apaga.
Va detrás de ti y te lleva, te suelta, te aprieta fuerte para asegurarte que sonríes mientras cruzas la calle. Lleva una pañoleta en su pelo que recordarás cuando seas grande y de otras cosas no te acuerdas. Tampoco dirás a nadie que sin querer anduviste buscando en otra parte esa manera de mirarte. Hasta que volviste a la matrix.
Te sienta, te peina, te mira de lejos y de cerca te enseña de nuevo a sacudirte los mocos, te da un pañuelo de donde sale un conejo si ella se espera un rato.
Cuando crees que no hay nadie ahí está ella…lo habías olvidado. No. Le llamas y te contesta muy rápido como si te estuviera esperando porque te estuvo esperando, adivinando. Cruzas la calle con cuidado, te tropiezas con cuidado, te manchas la camisa y no le dices, no quieres afligirla ni darle más jale.
Si no está la buscas. Sacudes las camisas buscando sus manos ahí puestas. Buscas en los cuartos dónde tú mismo te escondiste, pero ahí estuvo siempre, ahí está, como la canción de Juan Gabriel, siempre en tu mente.
Si te vas, ella es la que te escribe, y si escribes una carta no la mandas porque a quien va dirigida está tan cerca. Y puedes leerla cualquier día de estos. Y todos quieren que empiece diciendo muy fácil: a la mejor mamá del mundo. Y así le pones a este texto que escribiste como un niño chiquito.
HASTA PRONTO.