Trabajo en la sombra, en la oscuridad de mis delictivas palabras. Escribo bajo techo; bajo la almohada, esa gruesa nube de insomnes. Yo mismo doy cobijo a las frases, soy la sombra que fluye de un lápiz pero no lo sabía, lo supe ahora, soy la sombra de una botella en un bar, soy también la biografía escrita en una cantina.
Me voy cayendo y, aunque no llevo la cuenta, pareciera que me he caído más veces de las que me he levantado. Pero no importa. Escribo acostado. Soy un lápiz mordido, encajado en los dedos. Si digo que escribo acerca de la realidad, me pierdo en los vericuetos de los vecindarios, en las truculentas calles de los demás, en los caminos inexpugnables del lenguaje, en lo que otros dicen después de unas cuantas cuadras caminando juntos un día de estos.
Si saco la mano del agua se moja, adentro se quema con el agua. Escribo en el aguaje a la hora de la jalada de pelos. Doy la hora cuando ya nadie la pregunta. Son las 12 señora. La vi por el agujero de una aguja. Frente a una agencia automotriz, sin vehículos que vayan cada rato al cielo.
Escribimos de eso que no es y lo hacemos necesario para escribirlo en su círculo. Dimos de vueltas al planeta. Escribo aquí parado. Viendo un aparador y a una mujer muy guapa.
Luego de dos razones que después se olvidan, escribo en lo que queda de sombra verdadera. En mis únicas paredes mis únicos brazos retachan débiles dibujos.
Desde aquí se ve la luz y el resplandor que raspa las amplias construcciones imaginarias, luego las tachas bajo el movimiento de los árboles
de la alameda. Escribo en el puerto viendo el océano. Si digo que escribo la realidad, qué escribiría? Estoy en un almuerzo. El silencio permanece atadoaunladodellago.Aunladodelos garrafones. Escribo en un cuaderno, en un cuarto profundo. Tengo 11 años. Mis primeras letras olvidadas tienen candado y un nudo ciego hecho en
lo oscuro. Camino por ese pasillo a propósito, busco incansable el fondo de aquel frío, el tono de aquel negro en los ojos.