El dibujo comienza con una
raya corta que es una cuadra.
En el vértice vive alguien. Se
nota por las luces prendidas que
dan en el suelo de la calle.
La mano saca punta al lápiz
sostenido en las pinzas de la otra. Un
dedo en el aire sacude el escaso polvo
que se unta a lápiz que toma forma
de nave. La ciudad abajo enciende las
luces mercuriales y estallan.
Otro trazo del artista sobre la
cartulina blanquísima fija una curva
suave desde los escombros del
papel, hace años en vuelto en un
árbol. Traza la risa y ésta traza los
labios y la boca que canta. Adentro
de las casas el calorcillo trae un no
se qué de fideo.
Ahora la raya ensaya dos veces
un poste de madera. Abajo dos
piedras, una bolsa, dentro de poco
un espacio en otro, un vacío suelto.
La mano es la misma que dibuja
con desparpajo las hojas de lata, los
rincones de tierra y arena juntos,
para estar por primera y última vez
en una alcantarilla.
Ha de escuchar con cuidado el
paso de las palomas rumbo a los
árboles del río, porque el dibujante
delínea sombras como si ya se
hubiese hecho tarde.
En el dibujo de perfecto
equilibrio, tras una calle central que
va al otro lado y otra que la cruza en
medio de los dedos, se repinta con
cuidado, y con una flecha se marca
la salida de emergencia inservible.
Pegado a una raya pasa el de una
bici atrás de otra, es una mariposa.
Entre las luces la noche se filtra
y ve por dónde camina, en qué
lugar abajo de un carro, quién lleva
un paraguas. La bici vuela de la
cartulina y aparece en otra luego de
varios días.
La ciudad fue vista hace rato en
el humo de una cocina. Estuvo con
una tarde nublada, con los objetos
sobre la mesa y un vaso de agua. Al
volver el dibujante trae la idea de su
vida, pero es la misma de siempre.
El viento caliente pasa por la calle en
estos días. Es natural que pase.
Con el borrador borra un poco
la incandescencia del ruido sobre
la música, luego sobre la música,
escuchó el silencio de otro dibujo los
bulevares, se mueven con el aire.
Uno puede sentirlo, si te sujetas
a sus bardas perimetrales. Por
un instante el aire desaparece el
mundo. Nadie lo vio aparecer en
otra parte, lejos de la perspectiva,
lejos de la fuga.
En las noches los árboles salen
del río a dar la vuelta con la familia.
El agua del río ahí está esperándolos
en todos estos años. Hasta que el
dibujante pueda dibujarlos. Hay
gente en la noche viendo el dibujo
de las estrellas puestas en los ojos.
En la otra cuadra haré un puente
para que pase una señora bailando.
Una puerta para servir a usted puede
parecer exagerada en cualquier
parte del cuadro, para salir a la sala
de la casa, una vez colgado, pero la
ciudad no acaba.
Son muchas casas, fantasmas
muy amigables pero personas
muy radicales. La ciudad escoge el
pliegue final de la hoja y desaparece.
Más que todos la ciudad es la que
llevó a los dedos el punto de luz. Es
un claro en un plasma solitario, el
dibujo crea la atmósfera en un claro
de Luna en una plaza, la ciudad se
desplaza por abajo del agua.
El artista que la dibuja calla
muchas veces para no enjuagarla
con las manos ni atizar la sombra,
para no desaparecerla ahora que
todavía la tenemos en los trazos de
una hoja de máquina.
La gracia es este día
particularmente cierto. La música
de alguien en la calle, te imaginas
un baile, el dibujo que pasa con sus
rayas esta vez llueve. La gracia es el
pelo entre los árboles, las casas bajo
el agua de las cocheras ocupadas
hasta el tope del domingo.
HASTA PRONTO