“El pesimista se queja del viento, el optimista espera que pase, el realista ajusta las velas ” William George Ward.
Sus lágrimas no paraban de salir de sus hermosos y cristalinos ojos; esos océanos azules que normalmente eran luz, hoy eran solo delirio y tristeza: su esposo fue diagnosticado con COVID-19.
Hace unos meses, parecía una broma familiar, para su marido era una gripe cualquiera, una cuestión momentánea, algo que pasaría sin que le diera a alguien en su círculo cercano, hasta que esa horrible pandemia tocó a su puerta.
Ella, en su vida laboral presidenta de la asociación filantrópica más importante del país y, de pasión gratuita, madre de muchos perros callejeros, no entendía como le pudiera pasar esto. Josefina también había resultado positiva de dicha enfermedad, pero ella no presentaba síntomas, a diferencia de su esposo, que estaba a punto de fallecer en el hospital.
Cada día que pasaba, que para Josefina eran como años, por más positiva que era, su ánimo decaía, su fe se quebraba, su espiritualismo
se desvanecía. El reloj no era instrument de tiempo, si no un facilitador de nostalgia; recibía mucho de sus seres queridos y de las personas que la conocían, pero esto no le servía de nada, se sentía incomprendida, fuera de lugar, desencajada.
“¿Por qué a mí? ¿Por qué maldita sea? Sí todo lo que he hecho es tratar de hacer el bien”, gritaba en su recámara mientras su amado, a muchos metros de distancia (pues no la dejaban acceder para acompañarlo), se convalecía en el hospital privado que, a muchas vidas, tendría que pagar; lo único que detenía su aullido, eran las preguntas de sus hijos: “¿estás bien madre?”.
Sus hijos eran muy pequeños, José de siete años y Marti de cinco años, por lo que no comprendían lo que sucedía. Era complicado equilibrar las máscaras para ella; la real, su rostro hincacho y desdibujado, y la ficticia, debiendo mostrar fortaleza y seguridad a sus menores; esto en particular, la volvía loca.
Después de muchos kilos de ansiedad,
pero en tiempo real dos semanas y media, su querido Maximiliano salió sonriente, pero muy debilitado, del ambulatorio; lo miró al ojos, como si fuera la ocasión en que lo conoció, y le dijo con una pasión que ni el día del nacimiento de sus hijos sintió: “Max, creo en ti, pero creo más en él; siempre habrá calma después de la tormenta”.
FUERA DE LUGAR… La pandemia es un instrumento politico para muchos, no nos dejemos influir por esto, cuidémonos nosotros mismos.
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