Sirva usted dos palabras en una copa sin licor. Agregue una canción a este mundo que ronda el escenario. La ventana abierta deja entrar estas horas. Es un día más como todos en el reloj sin importancia. Sin que nadie lo mire a uno.
Usted acude al espejo y se retira prometiendo venganza. Es también la hora de la venganza y usted no ha llegado para nada.
Con el recogedor de su mirada placee la vista entre los rayos solares que entren a la casa. Haga un espacio para el recuerdo ese que siempre olvida sin remordimiento. Antes que otra cosa ya está ustede listo para escuchar cuando pase un vehículo rojo o verde, o nada pase, solo el aire.
Desde el almuerzo salude usted de mano y levántese a un abrazo a cada rato. Eso tiene buen aspecto, se puede escribir en un dictado del maestro de cuarto año.
Cuando piense que nadie lo ve, piense en eso. Está usted en el mundo con todos, no tarda en salir un cristiano a verlo a uno, a dejar una palabra, un encargo cumplido.
Si amanece note usted cómo se abren las ventanas hacia adentro. Las ventanas con sus persianas van mojando los muebles. El sol es un mueble antiguo de color amarillo.
Busque una sola palabra, dígala en privado, dibújela en la mano, escón- dala en la mirada, hágase una agua de orchata. Cubra la tarde por si llovizna.
En los rincones donde han comido los topos, las manos suaves son a propósito. Una piedra es una silla, luego un poco de sol en la niebla que va de un lado a otro de los ojos cuando nadie lo ve a uno.
Observe la prisa de una señora atrás de otra. Un señor se asoma a revisar la tranca de la puerta. Hay aviones más altos que eso. En medio, el cielo cae paulatinamente.
Cuando nadie lo ve a uno el dedo en la nariz es un artículo de consumo bastante común. Evítelo en términos literarios.
Entre al ruido de los motores y apriete las tuercas que suenan. En el patio haga el ruido que hace rato hizo el momento, donde estamos parados. Haga otro rato, vuelva en el tiempo sin que se note.
Por las bardas amplias conozca los árboles que ahí había. En la vez única que usted pase como un río, haga que el sol moje las ramas, y los pájaros cantando volverán a imaginar los días.
Sólo porque es el día, si no le ponía casa en una de las calles principales. Póngase usted en mi lugar. Póngase también en el suyo. Hágase la prueba del olfato, del tacto intacto, del paso del ganso. Del movimiento suave y lento como el de una tortuga. Nadie lo mira. Lo imaginan. Nadie lo ve a uno.
Piense en las horas y vea cómo cuando pasan son dos cosas dejadas en la mesa, la plaza vacía y seca como una cáscara, el hueco que contempla las manos que tocaron sudando.
Nadie lo ve correr despacio. Y cuando iba recio lo vieron todos, pero nadie lo ha dicho y es lo mismo.
En realidad, como nadie lo ve a uno, tampoco se ve uno. Y uno anda caminando como chango, grita como guajolote, corre como loco, hace el ridículo que es lo que más sabe y mejor le sale.
El día fue encajando unas cosas en otras. De lejos llegó lo que buscaba en color amarillo. Solo unos cuantos pasos. Alguien corre en el callejón sin salida, no salga.
En los cristales aún hay dos pesos Morelos y un billete de a cinco pesos. Nadie sabe la hora a propósito. Los relojes son necesarios en las paredes cayéndose de los libros, de los brazaletes de oro, en las horas que pasan cuando nadie lo mira a uno.
Atrás del vuelo de una cortina, viene una pluma escribiéndose. Cito de memoria lo que dice, no traje cuaderno de nieve ni libreta de chocolate.
Habrá dormido un rato y nadie ha visto. Habrá despertado muchas veces y nadie se lo contó antes del cumpleaños del sapo verde.
Tal vez ya compuso una rola y la cantó una vez y la ha olvidado. Ahí, en ese rato, cuando nadie lo ve a uno. Como salir corriendo desnudo del baño y que eso sea la biografía de una sola tarde en ese pequeño auditorio del mundo, que es uno mismo.
HASTA PRONTO.