En teoría, los intelectuales se dedican al análisis y la reflexión crítica y, de esa forma, dan luz sobre la realidad, en especial en tiempos oscuros como los que se viven en la actualidad.
Mentes brillantes, los integrantes de la comunidad intelectual -en su mayoría, escritores (novelistas, ensayistas, poetas, historiadores)- plasman en sus obras la crítica con la que desmenuzan la realidad política, económica y social.
Además, los intelectuales, cuya capacidad de interpretación es alimentada y enriquecida por sus lecturas, son requeridos con frecuencia por la prensa para opinar sobre los diversos problemas que aquejan a un país.
Desde diversas trincheras, una de las tareas del intelectual está ligada a su capacidad interpretativa: cuestionar al poder, criticar a la clase política y gobernante.
Cuando el historiador Enrique Krauze publicó en 2006, en la revista Letras Libres, el ensayo ‘El Mesías Tropical’, aportó, con su análisis y observación, la descripción del perfil e ímpetu casi religioso que define y empuja la personalidad de Andrés Manuel López Obrador.
Por supuesto, fue una crítica lanzada en un momento clave de ese año: unas semanas antes del cuestionado proceso electoral en que resultó electo, bajo sospecha de fraude, el entonces panista Felipe Calderón Hinojosa.
Héctor Aguilar Camín en su libro ‘Nocturno de la Democracia Mexicana’ recopila artículos y ensayos en los que analiza con detalle el perfil político de Andrés Manuel López Obrador.
El diagnóstico del director de la revista Nexos es de tomarse en cuenta: a diferencia del tradicional político mexicano, cuyo poder e influencia radica en el cargo que ocupe en el momento (secretario de Estado, gobernador, senador o lo que sea), AMLO es un político hecho en el territorio, en la plaza, en el mitin multitudinario.
Esos análisis, realizados por intelectuales que siempre vieron como un riesgo ciertos excesos de la singular personalidad del tabasqueño, son de interés -por su aportación interpretativa- para quien quiera entender la siempre compleja realidad política mexicana. Eso es positivo.
El problema con los intelectuales es cuando se quieren convertir en políticos. La tentación es latente: la exposición mediática a la que tienen acceso los lleva, en muchas ocasiones, a declarar y comentar al estilo de la clase política.
Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín encabezaron a unos intelectuales que hace unos días publicaron en el periódico Reforma un desplegado bajo el título ‘Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia’.
El texto, dirigido a la opinión pública, giró sobre una idea y un objetivo: construir una alianza opositora -con los partidos y las asociaciones ciudadanas- para quitarle la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados en la elección del próximo año.
Eso quiere decir que los directores de las revistas Letras Libres y Nexos van a sentarse a negociar con panistas, priistas, emecistas, perredistas, empresarios y ciertas organizaciones ciudadanas para articular un bloque opositor al partido fundado por el presidente de la república para tratar de ganar el Congreso de San Lázaro. En otras palabras, el grupo de intelectuales va a hacer política.
Es ahí donde el papel del intelectual se diluye, se descompone, pierde credibilidad. Las negociaciones para construir una alianza o coalición electoral debe pasar por los actores políticos, no por los intelectuales.
Cierto, uno de sus roles es criticar al poder, pero ante todo su misión es iluminar -con inteligencia- la discusión pública en base al análisis y la reflexión. Ver lo que los demás no ven.
Ese error no solo lo cometen personajes como Krauze y Aguilar Camín, sino los intelectuales de izquierda. Un ejemplo: Lorenzo Meyer. Simpatizante y activista de la Cuarta Transformación, el historiador perdió su capacidad crítica con respecto al poder ejecutivo. Al presidente no lo toca ni con un ligero cuestionamiento. Imposible.
Lástima: Tras ser un crítico implacable del viejo régimen priista y de los doce errantes años panistas, Lorenzo Meyer se convirtió en un intelectual orgánico, en un intelectual consentido del nuevo sistema político construido a partir del primero de julio de 2018. Hasta su hijo, cuyo nombre ni siquiera vale la pena mencionar, cobra como supuesto integrante del gabinete lopezobradorista.
Lo ideal sería que los intelectuales se dedicaran a la creación de su obra y, a través de ella, cuestionaran el poder y dieran luz sobre la realidad en ocasiones asfixiante por problemáticas tan agudas como las que se viven actualmente.
Sin embargo, está claro que los miembros de la comunidad intelectual gustan de la buena vida… sean de derecha o de izquierda.