2 julio, 2025

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La prisión de Polito

Paso a paso, lentamente, el joven recorre calles y solares baldíos en busca del tesoro que pueda intercambiar por el pan de cada dia

CD.VICTORIA.- Sobre la acera camina una señora y sus dos pequeños hijos sorteando las montañas de bolsas de basura acumuladas desde hace más de una semana y los perros que se pelean los despojos que logran extraer de cada una de estas.

Al llegar a una esquina la madre detiene su marcha, toma a ambos niños de la mano y exclama “Arturito, Agustín, espérense que ahi viene un marihuano”. Es cuando una figura oscura y sucia se aparece atrás de un árbol de Neem.

Sus pasos son lentos y la mirada un tanto perdida, su cabello pegado y sus pies calzan unos tenis viejos sin agujetas. Empuja una carriola y sobre ella varios objetos: una batería de coche, algunas tablas de madera, cartón y un tramo de alambre de púas.

La señora aprieta las manos de sus hijos y suspira aliviada al ver que el indigente pasa de largo.

El hombre, joven aún, ni siquiera posó su mirada en la madre que sintió un sobresalto al topárselo. Posiblemente ni siquiera la notó.

‘Polito’ le llaman, aunque su verdadero nombre nadie lo conoce. Tampoco es marihuano, ni peligroso aunque casi cada persona que se lo encuentra suele pensar así.

A sus 25 años aprendió una sola cosa: si no trabajas no comes. Por eso todos los días realiza un recorrido por algunas colonias hasta la chatarrera que amablemente le recibe los triques y chácharas que va recogiendo en su camino.

Polito casi no habla, y las pocas veces que lo hace, por lo general nadie escucha.

“Esta malito” dice la poca gente que lo conoce, para tratar de explicar su extraña conducta. Es su manera de hacer común el padecimiento mental que parece exhibir.

Realmente nadie sabe de donde vino y es difícil saber con exactitud donde vive. Hace tiempo, Don Felipe, un señor que vende productos de limpieza dijo haber conocido a uno de sus hermanos.

“Dicen que son de Abasolo, pero que vivían en Güémez, y de chavitos su mamá se los trajo a vivir a Victoria, pero luego su hermano le ‘pegó’ pa’ la frontera y la señora se murió de cáncer y ya nadie se ocupó de él desde que tenía como diez años” contó en aquella ocasión el ‘viejón’ al Caminante.

Contrario a lo que se pueda pensar Polito no es agresivo. De complexión delgada y tez morena, de un metro y sesenta centímetros de altura y casi nunca se baña a menos que lo agarre un aguacero a media calle. Cuando necesita refugiarse o pasar la noche suele invadir casas abandonadas o vehículos yonqueados.

En una de las chatarreras que suele visitar el dueño ha dado la orden de que cada que acuda le den un mínimo de veinte pesos por lo que lleve, si lo que trae consigo vale mas, pues que se lo paguen. Esto lo hacen como caridad.

Con las ‘ganancias’ de la jornada de trabajo Polito se compra su pan de cada día, ya sea de dulce o un bolillo, y su refresco (o lo que le alcance) a veces logra dos visitas al día, a veces ninguna.

Pero no todo es tristeza y soledad en su vida, de vez en cuando camina hasta algún tianguis cercano y se entretiene viendo cada puesto y tendido, aunque nunca falta el comerciante que ‘lo corre’ o aleja, considerando que el mal olor que despide molesta a la clientela.

También hay gente buena que ignorando su apariencia le convida algo de comer e incluso le regala unas monedas.

Cuentan que en una ocasión, una señora de una estética lo baño y le cortó el cabello y le obsequió ropa para que en ese barrio ya no lo confundieran con limosnero, alcohólico o drogadicto, lo cual es curioso porque a Polito no le gusta el ‘pisto’ ni fuma.

Así como él, deambulan por la ciudad una cualquier cantidad de personas cuya mente ha sido invadida por alguna enfermedad, trastorno o padecimiento, y que al abandonar la razón, les llaman ‘locos’.

Sin embargo tras esos ojos tristes y evasivos se halla un ser humano con sentimientos, necesidades y contadas alegrías. Personas que viven en la cruel prisión de la esquizofrenia. Otros tal vez que su pecado fue estacionarse en la niñez y que juzgan el mundo desde su mente infantil.

Y lamentablemente, no hay quien se ocupe de ellos, mientras vagan en ‘libertad’ por la ciudad. Ojalá algún dia las políticas de salud pública incluyan también a los indigentes y haya quien se ocupe (realmente) de ellos.

Polito sigue su recorrido hacia la chatarrera cargando su ‘tesoro’ que hoy tal vez le dé para comer una lata de atún que le gustan tanto. Dios quiera que así sea.

POR: JORGE ZAMORA

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