Hoy me levanté y me puse el suéter al revés y así anduve toda la mañana. Quien se lo manda al suéter por ponerse así, pudiendo hacer las cosas bien. Ojalá se le quite esa pésima costumbre, como si el mundo fuese al revés y en lugar de que yo me pusiera el suéter, él se vistiera por adentro con mi esqueleto.
Sólo entonces comprendí la necesidad de hacer las cosas bien, sin embargo cuando preparo un café, un almuerzo, comprendo el oficio de existir. Con el suéter todavía al revés busqué y olvidé lo que andaba buscando, y mejor puse el suéter como va, en el guardarropa donde no hace daño.
Se puede poner una playera sin que le digan que anda veraneando, ya sabe usted como es el barrio señora, ya casi nadie usa reboso. No niego que anduve un rato de un pensamiento a otro que no recuerdo. Así es uno de distraído mientras escuchas un grillo. Busco al grillo omnipresente, pregunto a los presentes y no lo han visto. Es uno de los miles de grillos invisibles.
Sin que nadie me avisara oportunamente, ya traía puestos los zapatos de moda para ver por la ventana si era el carro que pasa, pero no era. Ni tenía por qué serlo. Además, no esperaba a ningún carro. Nunca he esperado a un carro viendo por la ventana.
Desde el oficio de existir me reporté en cuanto abrí los ojos y pestañee para darme cuenta de la terrible realidad y, con ese narcisismo de creerme mejor que la realidad, fui al espejo para espantarme un rato. para tenerme miedo. Es cuando salgo corriendo. Vuelvo de nuevo cuando se ha ido el monstruo que traía tatuado en el cuerpo, pero miro de reojo al espejo. Me ha visto de nuevo.
No nací para estar dependiendo de un espejo, de su suave mirada repentina, de gestos consabidos y exóticos, crueles, inhumanos, góticos hasta derramar la tinta si fuese un dibujo.
Un ser humano debería ponerse firmes en tales condiciones del terreno que pisa. Enfrentarse al espejo sin disimulos, sin falsas modestias aconsejadas en un tutorial. Si lo hago nadie se entera, nadie se lo comunica al espejo hasta que yo se lo digo.
Si saco un brazo de la casa sé que soy un hilo de estambre o un hijo de ese hijo. Que tejo en el aire y me desenredo al ritmo de una cadena. Sé que soy un espacio ocupado que piensa, qué tal si no pensara.
Me sorprendería más frecuentemente de las cosas comun eso crearía una nube, una cortina, un bosque en el hueco. Tal vez aspiraría a pesar mejor, pero qué es ese mejor.
Escucho el paso de una persona que pasa todos los días, antes pasaba un ser misterioso y me hacía de agua las podas de albacar que no le prendían. Podía sacar las manos y asustarla. Con el tiempo adquirió confianza y la mano se movía a sus anchas, pensé que si le inquiría me respondería con violencia. El albacar crecía más a propósito, ya ve usted cómo son las plantas. No se agüitan. Si uno lo desea, escucha todo. Hasta el silencio tiene un ruido cauteloso al principio, después se aprende escuchando en uno mismo.
Son más olvidos que los recuerdos. Y qué tal si un día amaneciéramos recordando los olvidos y viceversa. Como el suéter y puestos de panza. Nos volveríamos a agarrar a chingazos de todas maneras, pero yo ganaría todas mis peleas perdidas a mano pelona. De esa forma uno recordaría con nostalgia lo olvidadizo que era.
Para muchos soy un fulano. Para mi soy yo simplemente. Para unos cuantos tengo nombre y se lo saben completo. Otros nada más vieron. Si fuese otro, tal vez no estaría leyendo esto, tal vez andaría a dos pasos antes de aquí o adelante. No creo que muy lejos, no aguantaría mucho tiempo sin mi existencia.
Pasa la mañana y ya en el carro recuerdo el suéter. Tal vez más tarde esté fresco. Doy vuelta en la primera cuadra, esa que uso para despistar al enemigo que soy
yo mismo, y me doy cuenta que también traigo un zapato de uno y otro de otro.
HASTA PRONTO.