Casi superamos al 20-20. Pronto lo dejaremos atrás y apenas lo recordaremos como “el año de la peste”, el de la ingrata memoria que enlutó a la humanidad, peor que una guerra mundial. El que pintó de rojo al planeta dejando profunda cicatriz en el ánimo de millones de familias que perdieron (y siguen perdiendo) a sus seres queridos, como si una maldición del inframundo tomara vida, sembrando muerte. Este año deja luto y la convicción de que pese a los avances tecnológicos, la especie humana sigue siendo igual de frágil como siempre, es decir, vulnerable ante el más leve estornudo de la naturaleza.
¿Quién iba a pensar que el virus surgido en un mercado asiático causaría tamaños estragos?. El daño en todos los sentidos es incalculable. Ahora mismo los gobiernos se arrebatan el medicamento que significa la esperanza de salvación, sin garantía de que el milagro ocurra cuando los resultados son escasos y decepcionantes.
Agrava la movilidad y el descuido, y es que la soberbia humana concibe la inmortalidad como un derecho derivado de la ciencia. Nada más falso porque seguimos dependiendo de las fuerzas ocultas de la naturaleza y los abusos contra ella tienen el alto costo que observamos y padecemos. Contaminar es práctica común y esto unido a la promiscuidad integra la fórmula maligna que violenta las reglas de la existencia, conduciendo a la autodestrucción. Se rebasó el límite y las consecuencias son dolorosas.
Tocó entonces al 20-20 ser el escenario de una tragedia que sin duda marcará a varias generaciones con el cargo de conciencia que corresponda, porque todos somos responsables cuando enloquecidos por la tecnología y la presunta supremacía, olvidamos las desgracias del pasado que no significan otra cosa que avisos para sobrellevar el presente. Epidemias han habido a lo largo de la historia y algunas permanecen latentes que de vez en cuando se manifiestan, sin mayor riesgo ni peligro, pero existen. No con la fuerza de aquellas que diezmaron a la población carente de protección sanitaria. Hoy no ha cambiado mucho cuando el medicamento para contener el coronavirus hubo de crearse con la premura causado por el miedo y la desesperación, pero la incógnita persiste: ¿será efectivo?.
Es la pregunta que recorre a un mundo aterrado y temeroso que se revuelve en sus propias contradicciones, en tanto la duda aplica sobre la interrogante de que la tragedia pudo evitarse de haber escuchado la voz del pasado. En la Edad Media las víctimas de las pestes eran concentradas en áreas especiales y las dejaban morir porque no había forma de salvamento. (En Edimburgo, Escocia, el columnista visitó uno de tales espacios convertido en atractivo turístico donde aseguran, aparecen fantasmas en las frías noches invernales.
Estar ahí a plena luz del día produce terror). Ahora por diversas razones dicha práctica no es posible, sin embargo existe otro método “más civilizado”: se encierra a los enfermos en hospitales saturados y con escaso personal y medicamentos, bajo la esperanza remota de sobrevivir mediante un juego macabro donde mucho tiene que ver la suerte.
Es una especie de ruleta de la muerte a la que se atienen todos los involucrados, principalmente los familiares cuyo primer consuelo es la resignación. Patéticas son las escenas observadas en los medios de comunicación, algunos de ellos explotando morbo y amarillismo y otros aprovechando para golpear a las autoridades, éstas que dicho sea, poco pueden hacer ante el avance del virus cuando son rebasadas por la energía de este diabólico mal que a veces pareciera calmarse, tan solo para arremeter con más fuerza. Y no existe punto de la tierra a salvo, aún en las naciones que presumen mayor desarrollo, la multiplicación de casos, los rebrotes y la aparición de nuevas cepas multiplican el pánico tanto gubernamental como social.
Y es que ante la furia natural no aplican ni medidas ni previsiones extemporáneas…oportunidad hubo pero la soberbia pudo más que la humildad de saberse humano con todas las limitaciones que implica nacer, crecer e irremediablemente morir. Es el fatalismo del que nadie podemos escapar y que nos es recordado por la naturaleza, como si le urgiera recomponer lo que el hombre ha violentado con sus excesos. De manera que con la tecnología y la ciencia a cuestas el hombre se creyó inmortal, en tanto el enemigo asechaba en cualquier rincón de la cotidianeidad, es decir, en la simple convivencia diaria. Salir, encontrarse con el virus y convertirse en agente multiplicador fue parte de la obra macabra cuyo arrepentimiento es ya inadmisible por su avance destructivo.
Criminales podemos resultar todos, la pandemia solo es el arma letal. El hombre en su soberbia, ha sido capaz de realizar aventuras suponiendo la conquista del espacio, pero incapaz de garantizar la sobrevivencia de su raza aquí y ahora. El hombre vio hacia el infinito en busca de mayor riqueza pero olvidó que su aparición en la tierra fue un mero accidente o tal vez un error, que la naturaleza parece dispuesta a corregir.
Este año entonces nos deja dolor y muerte, pero además nos obliga a tomar conciencia de la inmensidad de la naturaleza que no perdona la insolencia de unos pequeños seres que se atrevieron a retarla. AHORA, “EL APAGÓN” Es inexplicable que al frente de la CFE no se encuentre un especialista en la materia. Bartlett es un político de no muy recomendable pasado, experimentado eso sí, en caídas de sistemas que ratificó este miércoles dejando sin energía a buena parte del territorio nacional, cuyas razones el ex secretario de Gobernación no pudo aclarar. En este sentido están en lo justo legisladores de distintas organizaciones, incluido MORENA, al exigir una seria investigación que no deje dudas al respecto.
En cuanto al titular de la dependencia, bueno sería que fuera pensando en la renuncia y mejor haría López Obrador si se la exige a nombre de los diez millones y pico de mexicas afectados por tamaña irresponsabilidad. No olvidéis que el manejo y cuidado de la energía eléctrica es aspecto estratégico no solo de seguridad, sino para el desarrollo nacional y por lo tanto, no debe estar en manos inexpertas. Digo, si se trata de honestidad y transparencia administrativa vamos empezando de adentro hacia afuera. SUCEDE QUE Sin embargo y a pesar de todo, ¡Feliz año nuevo!.