6 julio, 2025

6 julio, 2025

UN DÍA JUAN SE ENTERÓ DE QUE VIVÍA

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Juan se levanta a la misma hora todos los días con la responsabilidad de quien trabaja.

Así que sale a la calle sin saber tal vez en lo que se convertirá ese pequeño viaje cotidiano que lo lleva a la oficina.

Noesqueenelempleoosucasano se sienta a gusto o no lo quieran, al con- trario hay armonía por donde quiera y si él quisiera medirla qué era la calle en comparación con estar con la familia, con sus amigos más que compañeros de trabajo. Sin embargo algo tiene la calle para Juan, y es que Juan aborda la calle como se sube a un tren carguero, pero baja de inmediato a la banqueta, con sus zapatos amoldados a ese sube y baja.

El trayecto al trabajo aunque el mismo y a veces con las mismas penas es diferente. En ocaciones el señor que lustra calzado no se encuentra ¿Dónde andará? Ahí están sus utensilios, su franela en rollos.

Pudiera ser que el pasó inadvertido le haya impedido ver una rosa rosa grande que se muestra en el aparador de la Plaza Hidalgo pero Juan vio otra flor amarilla y abajo el pasto recortado y una manguera extendida como una raya atravesada en otra raya. Desde su posición Juan pudo ver cómo la manguera era recogida paulatina- mente hasta que en manos del jardinero sonriente fue a dar a otra parte.

Antes Juan había visto una zanja, dos la- tas de cerveza que nadie había levantado. Un tiempo pensó en ser el mejor recogedor de latas en el mundo, pero pero dejó esa idea como ahorita ese pensamiento absur- do en espera de otros más absurdos.

Es la hora en que el sol que se refleja en el vidrio del Hotel da en la cara y encandi- la, le ha tocado estacionarse justo ahí sin el tiempo como para tomar una foto a con- traluzqueestuviesen dosfocosycuando tuvo tiempo no se acordó por ir viendo el estanquillo de abajo, sin ver de tantas co- sasquehayahíyquelegustanaJuan. Un día vino a eso y puedo disfrutar de las mi- niaturas entre Souvenir y revistas, navajas suizas bien panzonas, increíbles carruajes de madera antigua, después de ahí ya no ha vuelto, sólo lo ve de lejos como una foto que se borra instantáneamente porque ya no existe otra igualita.

Hay también una ferretería de las pri- meras que hubo en victoria. Juan recuerda a los primeros dueños y cuando pasa cree que ahí están pero son los chavos, los hijos que juegan entre la estantería que abrieron para dar un mejor servicio al público y vender más.

Hay banqueta mojadas y otras secas, pequeños papeles re pegados a las paredes por el viento y Juan pasa inofensivo a un lado de ellas. El trayecto de la casa al tra- bajo es corto para Juan pero multiplicado por muchos días, Juan puede recitarlo de memoria, agregarle, quitarla ingredientes o pasar cuando él sabe que no hay nadie o cuando no está el perro que muerde, pero a Juan nunca lo ha mordido un perro y va- ya que los provoca desde niño. Algo tiene Juan que los perros lo perdonan. Quizás de tanto pasar Juan se ha vuelto imperdona- ble para los demás o a lo mejor se cansa- ron y ahora se aburren de verlo pasar con su historia. Para Juan es lo mismo.

Lejos del trayecto Juan hace la vida normal pero desde allá recuerda la calle, el café cercano, la prisa de la mañana. Le han dicho que se compre una nave pero Juan se resiste, el trabajo queda a sólo 7 cuadras y no tiene chiste, tendría además que cambiar ese mundo por el semáforo del verde que sigue, por el peatón que se llama Juan y que quiere pasar y ahí está tranquilo sin verlo o mirándolo. Eso no tiene que ver con Juan porque pienso que el que va en carro ve otras cosas y se acostumbra a mirarlas por los espejos, a medio cuerpo, por las ventanillas, entre los claxones. Pero aquel sería otro Juan y no este.

A veces Juan va y viene al trabajo automáticamente sin saludar siquiera, sin encontrarse a nadie. Ya no ve por la ventanilla el pasaje del viaje cuando eso pasa, Juan llega más rápido y es como si hubiese brincado un recuerdo, un olvido muy extraño, como si él mismo no hubiera existido.

HASTA PRONTO.

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