La tranquilidad personal de Donald Trump se basa en el hecho histórico, político y de seguridad nacional de que los presidentes de los EE. UU. son inimputables de cualquier delito porque poseen secretos del poder que son su seguro de vida… y del imperio.
Si la reina demócrata Nancy Pelosi logra consolidar su ¿quinto? Intento por derrocar a Trump y sentarlo en el banquillo de los delitos y mucha gente desearía ver al presidente con traje naranja, entonces buena parte del mundo buscaría procesarlo por crímenes de poder de él y de presidentes anteriores que fueron la amalgama del poder disuasivo imperial de la Casa Blanca. Por ejemplo, Trump podría ser enjuiciado por el asesinato del general iraní Qasem Soleimani el 3 de enero del año pasado, pero también podría ser juzgado Barack Obama por el asesinato extrajudicial e invasivo de otro país de Osama bin Laden.
Y la lista de crímenes del poder de los presidentes estadunidenses es larga: la abusiva guerra en Vietnam, el uso de armas químicas, los bombardeos secretos contra población civil, el asesinato masivo de civiles en My Lai, los delitos presidenciales en Watergate, el Irancontra de Reagan, la invasión a Panamá de Bush Sr., la drogadicción inducida de población afroamericana en Los Angeles, el financiamiento de la contra nicaragüense con dinero de venta clandestina de armas a Irán para que asesinaran a estadunidenses, las agresiones sexuales de Bill Clinton, la invasión de Bush Jr. a Irak basado en inteligencia fabricada y falsa sólo para vengar a su padre, el voto de los senadores Hillary Clinton y Barack Obama a la invasión de Bush a Irak, los asesinatos racistas de policías a la población afroamericana e hispana que hizo nacer al Black Live Matter, las zonas francas controladas por disidentes y muchos otros delitos del poder.
Nada de eso ha ocurrido. Hasta ahora dos secretarios del gabinete de Trump –Educación y Transporte-han renunciado por los disturbios y el daño “a la democracia” en el Capitolio, no por los abusos sexuales, la evasión fiscal, la vulgaridad del presidente, la corrupción y los asesinatos en el extranjero de presuntos terroristas.
Ellas se enojaron porque Trump disfrutó el aquelarre.
El asunto es más grave y más serio…, si acaso quisiera la gran prensa estadunidense aliada a Joseph Biden y en modo anti Trump sin cumplir con los parámetros éticos del periodismo teórico de los EE. UU. Se trata de identificar el incidente del miércoles 6 de enero como parte de la descomposición del consenso del poder: Trump representa, lo quieran o no, el 48% de la sociedad; y por la configuración social de sus electores, Trump representa el anti Estado, aunque en el fondo las bases demócratas y republicanas apoyan el modelo imperial del confort estadunidense basado en la exacción económica, de recursos y militar de otros países.
POR CARLOS RAMÍREZ