Debí quererme mucho en aquel tiempo como para aguantarme a mí mismo. No fui con mucho el chico modelo ni el que ejecutaba suertes en medio de la sala con familiares que aplauden y toda la cosa, al contrario.
Así es carnalita, con el paso del tiempo me di cuenta que en aquella camada de perros que decía ser mi estirpe me odiaban a muerte. No me ofendí ni lo ahora en esta conspiración en que la vida me pone en la mano esta pluma.
En la geografía de mis 6 años por donde yo la tiraba, lo he contado todo, no era muy juzgable si un perro me la hacía de tos desde sus alambradas de púas, desde sus correrías en los patios. Ahora ya por la tarde conyola sotana que es la noche rascándome el dorso, luego de un pomo, borracho de remordimiento, estoy aterrorizado y sólo.
No me extraña. Cuando despierto por la madrugada doy gracias a Dios. Dejo en la parte exterior de la realidad los signos del infortunio, la miseria, el cáncer, la lepra de la pobreza. Y en el sueño hay veces que me sorprende el tibio Sopor de la pobreza.
Por la ventana empañado en lobreguez diviso los raudos coches imparables tumbando cobradores, socavando el aire, abatiendo miserables repartidores en moto, albañiles de bicicleta y mortecinos seres que vagan locos a pata por las calles. Desde Una tarima de tráiler averiado atisbo los sueños en la tarde. Y todo pasa y se olvida, pero sigo aquí persiguiendo lo imposible como si fuese mío ese momento en el cual te cae el 20 en la mano y es un sello.
Sin embargo hace rato que encuentro objetos que no ando buscando. Qué parte de la investigación no entiendo. Hallé una llave revuelta en la memoria que abre la puerta de la infancia, trato de asomarme y soy yo ese que corre en medio de la sospecha.
Llevo en la mano una lámpara sin luz, un quebrado sueño como vidrios de estrellados pasados, afrentas, ojos que se fueron, oídos para escuchar que no escucharon.
La puerta del ayer es tan ancha que cabemos todos: los tráileres del vecino, los elefantes del viejo circo con apenas cinco miembros: el saltinbanqui y el enano, la mujer en minifalda y barbuda, la señora que era la misma del saltimbanqui, las locas que me enseñaron calzones en el giro mixto, la lucha libre en la plaza de toros, el congal.
En la escuela se la mente a un profe y ya expulsado cambie unos trompos por 2 canicas polvorientas y humilladas en la choza del pocito matón, en los agandalles de matanga, pisa y corre y nunca me alcanzaron.
Una noche no tuve miedo y harto de los fantasmas y espíritus chocarreros salí en la madrugada al patio a purgar mis penas y mis fracasos. Y Hallé de igual manera una moneda, un trozo de carbón para dibujar el eclipse. Crecieron conmigo las calles, los chavos banda, los olvidados de Buñuel: el Morro, La Changa, la Tusa, la mosca, el perro mi compañero, el gato y los sueños fenecidos.
Una tarde de luces y sombras parpadeando en la torreta oficial azul y roja nos echaron atrás de la perrera a todos y nos dieron 2 vueltas a la cuadra. Pienso en eso a veces, luego de que he tenido ocasión de bajar de aquel sopor de años sin nadie, sin nada como ahora, bravo y sin cadena.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA