22 diciembre, 2025

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Los amigos y los calcetines rotos

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

La amistad es un lujo y a veces fantasma que evapora, líquido disuelto en flores o en lodo, pociones de cuerdo y loco. La amistad viaja, cruza al otro lado donde no había nadie, y nadie era una lista larga de hombres buenos entre los infames.
Dos amigos se juntan y acuerdan. Un hombre necesita aliados, se embarcan, uno vuelve y a veces el otro siendo el de antes ya es otro.
Por muchos años que tenga una amistad, baste un minuto para que ocurra como si nunca hubiera existido, y al contrario, dos amigos pueden encontrarse espontáneos a la hora de salvar a un desconocido que cae al fondo. Nunca se sabe, o se supo un tiempo pero fue perdiendo validez en este mundo atroz.
Y sin embargo un amigo si así lo desea puede circular en sentido contrario a su hojaldre, a su cuate del alma, abrazarlo al chocar y verse las caras distintos, pero llorando juntos para aplacar con lágrimas la sed de uno de ellos. Uno se incendia y el otro filtra un cántaro de agua.
Si un amigo cae, siempre habrá quien lo levante sino es que ambos caen al pozo, después ya no recuerdan, hasta que pelean y la desavenencias, si es sincera, rompe el cántaro donde ambos se bañan hechos pedazos.
El amigo brinda confianza en espera o sin esperar nada, pues la reciprocidad equilibra el cuadro colgado de la pared de la vida ingrata. El amigo no envidia a su cuate, al contrario, le apoya hasta las últimas consecuencias del éxito, llamada también decadencia.
Cuando un amigo falta el otro levanta su mano de mesquite para decir presente. Le hace la tarea y lo esconde, lo hace necesario, lo menciona hasta que pierde los lentes, los dientes y la realidad se cancela.
Entre la multitud los amigos de confunden hasta que empiezan los trancazos y se sabe quien con quien y los que corren juntos.
Los amigos se pelean a cada rato en pleitos vetados para el resto de los seres humanos. Nacieron juntos el día que se conocieron.
Por lo común son años de amistad sin pausa o con distancia insoportable para no verse las caras. Cuando por fin se miran no lloran porque son hombres hasta que se emborrachan.
Son dos libros pero dicen lo mismo, dos computadores con distintos datos pero igual resultado. Dos calcetines rotos y pantalones cortos de infancia, con los pelos parados, uno prieto y el otro tampoco y pasan los años.
Son un grito en la calle, dos corajes, dos pies izquierdos. Son uña y mugre como dicen, un par de nalgas incipientes.
La vida los une, Dios, el barrio, un pleito a peñascazos, la escuela, la novia de uno de ellos quiere al otro, los enredos de un trompo sin guijo. No se saludan y a veces ni se hablan, no se ven a los ojos, no se quieren, arretacados el uno del otro con los datos duros, con la suerte, con los sueños, con las confesiones, con las mentiras caminadas rumbo al cine. Dos personas pueden vivir juntas toda la vida y nunca ser amigos. Sucede a menudo, es fácil, pues la línea para ir a la confrontación es un llano, un simple deseo de ambos.
Los amigos se protegen, se echan aguas para que despierten, son cubrebocas, presencia, apoyo, debate, abrazos, borracheras, locuras, entuertos quijotezcos contra los molinos de viento.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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