Para Juan es una suerte haber nacido aun cuando otros no estén de acuerdo. “Aquí ando” dice, cuando es cuestionado. Otros dirán lo contrario sin que ello le importe a Juan nuestro ídolo del barrio.
Para muchos Juan ya escribió su propia historia y sólo le falta el punto final y un poema. Para otros apenas va empezando a vivir hechos como el que ya se haya hecho del baño un perro en su pie izquierdo, faltando el derecho. Hizo una barda chueca y siempre saliéndose de la raya tiene la letra chueca.
Jugando fútbol le dieron una patada y perdió un oclayo, por lo que falló los goles con el otro ojo en el único partido que jugó. Le quedó de recuerdo la playera, pero se la volaron cuando por error catearon su casa.
Desde chavo, si alguien rompía un vidrio le echaban la culpa por pata chueca. Si se ponchaba una llanta el salado era él. De chiquillo se perdió muchas veces en el súper ante la inoperancia y falta de voluntad por encontrarlo, y ante la protesta del público la autoridad obligaba a su familia
a que lo reconocieran, al menos por el momento. Además de que Juan fue de los pocos a quienes se les hacían efectivos los pronósticos negativos.
Creció en las calles y durmió en portones sin nadie, con 40 grados a temperatura ambiente, mientras dormía viendo la tele en el vidrio de la casa de enfrente.
Lo pisaron y no se vengó, y nadie lo ha vuelto a pisar, pues además se ha caído sin que le metan el pie. Las lenguas del vecindario cuentan que en esta ciudad se perdió y es donde se quedó.
Su casa es donde caiga la noche y donde lo tumbe el sueño. De la ergástula municipal es un cliente no bien visto, le achacan que se hace el pedo, que se deja caer, que hace trampa, y lo han abandonado en las calles de lluvia, de tardes caguameras en el trucado mundillo de la noche.
Cuando llueve, Juan se hinca extrañamente en medio de la calle. Se ha vuelto una costumbre. Mira al cielo con el trémulo rostro y la barba encanecida, parece un apóstol democrático y lo es, pero al revés.
Hoy en día Juan recobró de a milagro la cordura, mas no el habla. Es lo mismo, desde hace días recorre las calles sin embargo, por honor al cuerdo que algún día dicen fue. O por pura nostalgia de loco que es.
Intentó arrojarse al río San Marcos, y nadie lo detuvo de nuevo, qué caso tenía matarse así. Y no lo hizo.
Desde que lo conozco es viejo y lava carros en un fraccionamiento donde viven los hombres de poder y no por eso se le han subido los humos al vato. No ha cambiado que siga durmiendo en el portón, que tenga un sueldo que apenas alcanza para el lonche y las pilas de su radio del año del caldo.
Quiere un reloj de los que luego cambia por radios chafas de onda corta. De vez en cuando se echa un mandado y se compra una coca cola y tres piezas de pan y traga de a madres aunque no sea real, pues lo cierto es que ha durado hasta una semana sin bocado.
Juan sale madreado en las trifulcas por mínimas que estas sean, se hace el loco con tal de ser protagonista y que cuando menos ahí en el suelo patrio lo tomen en cuenta.
También se echa unas burras heladas. Con dos tiene para andar hablando a lo bestia y la gente comprende entonces que su mudez es falsa e hipócrita modestia. A veces amanece mojado del pantalón, las señoras arrojan agua temprano para que no estorbe la salida del señor funcionario.
Un tiempo, cuentan, los patrones se pusieron bien con él, pero Juan se fue haciendo viejo, luego les dio por darle vuelo, pero el nunca se fue. Y hasta aquí me la sé, el resto aún está por verse.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA