TAMAULIPAS.- Aveces no hay ruido y por un momento dejan de pasar los carros. Aprovecho para ver las casas de enfrente que ante silencio se ven más solitarias.
Escucho el ruido inconfundible de nuevo, es un motor un poco viejo, se nota a leguas que batalla para trabajar. Es un camión de los que cargan block, cemento, varilla, madera etcétera o ya de plano lo que le quepa.
Va pasando. Atrás viene otra vez el silencio momentáneo dándose su taco,viajando en sí mismo. Un ligero ruido de un pájaro en la mano lo despierta. Estoy a la espectativa de que algo se caiga o la voz de una persona irrumpa en este monasterio breve de la calle.
Estoy acostumbrado a estos casos y por lo mismo ignoro lo que sigue. Me gusta ver la calle y escucharla. Atrás de un poste siempre hay alguien. La gente pasa y pasa mientras sueño. Sólo podría contarlos contándome, pero estoy ocupado.
Este es mi trabajo. La media calle recuerda el ovillo de papel y el ser humano que intentó meter un gol desde la media cancha y fue todo. Recuerda las veces que se fue la luz y las voces que se escucharon como seres vivos.
Desde el altiplano de la banqueta vi caer gente en un desdén de su bicicleta, desparramarse a sus anchas y quedarse ahí tirado como si estuviera muerto. Y no era cierto. Comprendí que hay gente de plástico.
En la intermitencia de los ratos, los árboles se mesen de un lado a otro en un baile majestuoso. Las aves rompieron el cielo y fijan su boceto en esta parte del dibujo. Veo la sombra de mis dedos sobre el papel rayado. En la cuadrícula imaginaria viven los vecinos del barrio y su historia contada por ellos mismos.
La calle sigue hasta el fondo y al volver la mirada pasaron los años y las ciudades. Recuerdas haber estado en ese sitio antes, pero no lo sacas claramente. La ciudad cuando es otra huele diferente. La luz de los coches contienen nostalgias, las casas ajenas nos alejan. En un abrir y cerrar de ojos el viaje lleva a otros territorios del ensueño.
Afuera la vida transcurre como quiera. Pero imagino esa misma calle, el ruido árido de un vehículo que se aproxima. La luz ya nocturna hace un recorrido por las bardas aledañas y luego se fija en el horizonte plano del asfalto. Sin poner atención sabes que es de noche.
La calle se llenó de misterio como todas las noches y al amanecer encontrará otro día en su lugar. Habrá gente- inicentes y culpablescruzando a la cafetería de enfrente y suficientes argumentos para escribir una historia. Pasarán corriendo sin hablar hasta que estén solos y suelten todo lo que traen. La acera cruzó la calle. Veo el aparador por donde se ve el pan.
El claroscuro de una lámpara interna. Muy chica para mi gusto. A veces no hay ruido sino silencio incomprendido.
De este lado espero las imágenes más recientes sin filtro. Pertenezco a la generación que fue y vino. Por eso logro contar esto sin rodeos. Atrás de mi viene todo lo que traje. Un par de botas, un viejo saco, un pantalón de vestir y lo que traigo puesto.
Tengo testigos. Los árboles desaparecieron detrás de las casas y sé dónde estaban a las 18:30, sin mayores intrigas. La calle rueda hacia el norte en medio de la niebla y mi miopía. Adentro del cuerpo el vehículo que sigue se escucha lejano. Saber qué marca y modelo es será sólo para conocedores. El vehículo sin embargo se detiene en el presente, giró hacia otra vida.
Entro de nuevo a la calle y salgo al paso de mis pasos. Me vuelvo inalcanzable. Un micro no podría darme alcance si así lo necesitara. No he parado de correr. Uno puede hacer eso muchas veces. Sin mover los pies. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021