TAMAULIPAS.- El 23 de julio de 1968 un grupo de alumnos de las vocacionales 2 y 5 de la capital del país atacaron a otro de la Preparatoria “Ochoterena” para cobrarse una agresión que estos últimos les infringieron en una riña anterior.
La trifulca alteró el orden público y los granaderos intervinieron para preservar la tranquilidad, pero el remedio resultó peor que la enfermedad ya que los policías se extralimitaron en el cumplimiento de su deber. Los estudiantes tomaron la medida como un acto de represión y tres días después un contingente de alumnos del Instituto Politécnico Nacional realizó una manifestación de protesta contra la agresión de la fuerza pública.
Una desafortunada coincidencia complicaría las cosas. Ese mismo día, 26 de julio, un grupo de simpatizadores del gobierno del comandante Fidel Castro salió a la calle a conmemorar el aniversario del asalto al Cuartel de Moncada de Cuba.
Las agrupaciones de manifestantes, la de los estudiantes y de los pro castristas, convergieron en el Zócalo en donde se enfrentaron a la policía. El 27 y el 28 de julio los preparatorianos respondieron al ataque secuestrando autobuses y bloquearon el tráfico.
El problema empezó a tomar un giro preocupante. La mentalidad autoritaria e insensible que caracterizaba a los gobiernos emanados del PRI contribuyó a empeorar las cosas.
El Regente del Distrito Federal, Alfonso Corona Del Rosal, y el Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, utilizaron dolosamente información falsa para confundir a la opinión pública, justificar la intervención del ejército y que este recurriera a la mano dura para imponer el orden.
Habían dicho al Secretario de la defensa Nacional, General Marcelino García Barragán, que en los planteles escolares que tenían en su poder los estudiantes había más de 25 mil alumnos y agitadores armados que constituían un peligro al que era apremiante desactivar. La intervención de las tropas el 30 de julio en las Preparatorias 1, 2 y 3 y las instalaciones de la Secretaría de Educación Pública demostró que la información era exagerada.
Los grupos estudiantiles eran reducidos, no tenían más armas que piedras y botellas, que no representaban ningún riesgo serio para el gobierno. La agresión militar, sin embargo, en vez de intimidar a los universitarios encendió los ánimos y la confrontación se salió de control.
Los enfrentamientos entre los huelguistas y las fuerzas públicas se multiplicaron. El ejército allanó a la UNAM el 18 de septiembre y el 24 desalojó las instalaciones del Politécnico de Zacatenco y Santo Tomás, mientras que el Movimiento estudiantil, apoyado por los padres de familia, los obreros y los sectores PARTE DE GUERRA antigubernamentales, crecía. L
a cercanía de la XIX Olimpiada que tenía la atención del mundo en México puso nervioso al Presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien, temeroso de que el evento deportivo fuera suspendido a causa de la inestabilidad social provocada por las protestas, optó por la salida más fácil, rápida y eficaz: la represión.
Sin embargo, ante el temor de que el Secretario de la Defensa se resistiera a sofocar a sangre y fuego el movimiento, urdió una estratagema criminal. Según el libro “Parte de Guerra”, escrito por el periodista Julio Scherer García con documentos que Marcelino García Barragán le hizo llegar al autor, después de que el jefe militar muriera, a través de su hijo Javier García Paniagua, a espaldas del titular de la SEDENA, el Primer Mandatario del país ordenó al General Gutiérrez Oropeza que apostara a un escuadrón de guardias presidenciales en los edificios que circundan la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, sitio en el que tendría lugar una de las concentraciones más importantes de la lucha, y dispararan ráfagas de ametralladoras sobre la multitud.
Era una trampa para el ejército. Cuando llegaron a la plaza los soldados para poner en práctica el plan que había dispuesto García Barragán para someter al estudiantado sin que corriera la sangre, fueron recibidos a balazos, desatándose una balacera de hora y media que dejó un saldo de decenas de muertos y heridos.
Asumido el control militar, gradualmente las cosas se apaciguaron y retornó la calma, mientras que los agentes de la policía política de la Secretaría de Gobernación realizaban una feroz cacería de los cabecillas estudiantiles.
Como si nada hubiera pasado, en tanto que los deudos lloraban a los muertos de la masacre gubernamental, el autor intelectual, Gustavo Díaz Ordaz, inauguraba sonriente el 12 de octubre los juegos olímpicos
ENROQUE / JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021