5 diciembre, 2025

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Lo que sigue es la vida misma

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Este es el eje vial y voy en bicicleta. De sur a norte o de norte a sur es lo mismo, depende del aire, como te vaya en la vida.
Yo voy tranquilo aunque no tan despacio, llegué al término medio luego de dramáticas aventuras. Con todo me considero afortunado y es un privilegio ir por aquí, contemplar, saberme parte de esta parte de la ciudad.
Algo tiene de mí la ciudad. Y así es feliz, con lo poco que he hecho por ella. No hay ciudad más bella ahora que lo recuerdo.
Antes que todo, esto que observo era monte. A lo largo de la rúa se extiende la vía del ferrocarril que se hiciera a la orilla de la pequeña ciudad. Pero, como le pasó a todas las ciudades, la estrategia falló y hoy el tren cruza por en medio del pueblo.
Yo digo que no hay victorense que no haya mascado estos rieles, así somos los victorenses con todo y las tortillas de arete.
Voy en bicicleta y aunque me aprendí de memoria toda la ruta, hay algo distinto cada día. No puedo dejar de venir a rodar, pues en peligro si me tardo encuentre otra historia, otras calles y más gente que uno desconoce. Como cuando llueve, el eje vial toma dimensiones de lo que siempre ha sido, un afluente angosto del río San Marcos y la lluvia no se calma. Hay vehículos atrapados y otros pasan vendiendo algo.
Sin embargo al norte, en el sol que entra, está una gasolinera, en el arrobo de la mañana que relampaguea hay unos árboles. Detrás está la montaña si vas en vaika y miras al poniente.
De aquí para allá es subida, no cualquiera lleva el aire en contra. Cuando el aire va con uno es amigo, vas más contento y no sabes por qué. Pedaleo duro, sé en cuales cruceros me la tengo que rifar.
Al otro lado la vida paralela es un pequeño arroyo que de vez en cuando lleva aguas negras. Le dicen drena pluvial. Pedalear es como la vida de incesante. A cada pedaleada otro lugar. El piso resbaloso o seco contiene objetos peligrosos para una llanta. La vista observa dereojo en automático.
En las rejas de acero que protege al ciudadano del tren hay pájaros. Las flores de plantas desconocidas pero arrogantes muestran su espléndido paisaje. Todos vamos de paso, fauna que se cruzan en el camino. Gatos furtivos y callejeros, solitarios por derecho propio. Pequeños leones que desaparecen entre el monte buscando un roedor.
Me he caído unas dos veces ahora que lo recuerdo. Pero me levanto y sigo rondando sin mayores pormenores. Cuando el dren pluvial está seco, lo cual ocurre durante una larga temporada, el espectáculo es otro. Hay como un kilómetro de grafittis entre las calles Olivia Ramírez y Carrera Torres. Baste asomarse al dren que dejó al descubierto esta magnífica exposición de arte urbano.
Es una galería accidental o improvisada por la banda del barrio para expresarse. Hay grafittis para todos los gustos, por si usted gusta pasar a verlos y escoger uno de este escaparate del arte que se llena de texturas conforme se deteriora.
Por aquí pasó Chagal, kandindki, Van Gogh, dejó un trazo el gran Picasso, tal vez haya un rostro pintado por Modigliani, porque en los claroscuros si que estuvo Rubens y por la tarde se puede ver a Rembrandt, ya casi de noche.
Por lo ganeral los chavos tienen en
los grafittis la tendencia al expresionismo contemporáneo. El colorido y el aerosol cerca de los ojos. Hacer un muro o hasta una simple firma es complicado a altas horas de la noche. No había pensado en eso.
En el barrio de la estación del tren hay otro ambiente y uno ve gente al acecho y ellos lo miran a uno cruzar veloz por un tramo del hilo. Otro adelante de mi pedalea más recio. Trato de competir, tomar vuelo exagerado hasta que las piernas comienzan a quejarse. He llegado al final de dren. Cruzo la vía y puedo ver los 30 minutos que hice de uno a otro extremo sin pestañear. Salgo de ahí, porque lo que sigue es la vida misma
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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