El mundo está loco y yo no. Hasta ahí nada más. No estoy obligado a brincar la cerca que me conduzca a ninguna realidad inventada por alguien. Sí anochece, naturalmente oscurece.
Todo comenzó por querer más día y querer más noche. El hombre es prisionero de su cuerpo, de su hambre, de su sed Insaciable y de su ignorancia también harta.
Algo tiene el mundo que tapa los ojos de la mente: a unos los espejismos, los augurios, las promesas, los fantasmas prometidos en el éxtasis de lo incierto y de lo prohibido; otros se autocensuran y se colocan la venda ellos mismos.
En el mundo que todo te vende, todo te compra, eliges desde que te levantas y pones los pies sobre los zapatos de marca.
Tendrás alguna agenda más allá de almorzar, después volver a dormir en ella. Tendrás una casa con el estilo barroco según el dinero que tengas y ubicada según la clase estratégicamente creada para darle seguridad a una vivienda, el silencio, los parques y el solaz esparcimiento de las familias. La ciudad puede ser cualquiera, incluso ésta donde hoy caminas.
Pero todo eso desaparece cuando imaginas. Porque sabes que todo es pasar y no quedarse con las cosas. Porque sabes que a pesar de estar loco no puedes hacer uso de ellas. Y lo más seguro es que regreses a casa con las manos vacías. Eso que llamas casa, que es el cuarto en una orilla, con sala comedor y cocina, un sartén y una pequeña lámpara. Una escalera recargada en su sombra. Las paredes descascaradas de su primera pintura. Por más que quieras la casa no puede ser tan grande como para que todo el mundo la vea. De modo que si la casa es lujosa es lo mismo.
Si el mundo piensa, se equivoca. Ojalá estuvieran cuerdos como yo. Mas no se puede pensar por otras personas, como no se puede pensar por uno mismo. Cada quién es lo que es y lo que hace es muy sencillo.
Sin embargo queremos que nos vean hacer actos espectaculares, destacar, ser los mejores en lo que hacemos.
Hay para quienes ser inteligente solamente es tener más que los demás. Y para el mundo ser inteligente es ser mejor que otros, para el ego. Aunque eso no haga si no causar más envidia, cierto empoderamiento, endiosamiento del becerro de oro.
Los tests de inteligencia siempre piden que actúes de acuerdo al dictado de los más fuertes, y los más inteligentes burlan esos test para ser libres y son panaderos, jardineros y vendedores ambulantes.
Los cuerdos somos gente tranquila incapaces de una urdimbre, de unirnos para confabular un asalto cruel y sanguinario.
Nunca nos armamos, nos defendemos con las uñas de los fantasmas. Hablamos incoherencias como todo el mundo y a veces las escribimos.
Y sin embargo no soy el único cuerdo que escribe. Soy de los pocos necios y erróneos. Soy eso que piensan de mí y soy peor que eso.
De modo tal que pueden llegar al extremo de las palabras soeces y ahí me encontrarán viendo la nada con los ojos desorbitados mirándome.
Los locos inventaron los alambres de púas para quitarles territorio a los animales. Inventaron la tele y el internet para que se quedaran viendo. Los cuerpos se cortan los cabellos, las cejas se arrancan y se agregan partes al cuerpo para verse bellos y feos, al mismo tiempo que se hacen viejos. Los locos inventaron los manicomios.
El mundo está loco y yo no y cada vez somos menos los de cabello largo y los que leemos. Pronto comenzarán a buscarnos como cuando comienza a llover y corremos a refugiarnos. Nos querrán meter al manicomio con la verdad en las manos gritando.
Que nos perdonen otros locos que tampoco lo sean, si a veces sin querer vociferamos como los diputados. Gritamos como las señoras histéricas porque se les atraviesa un carro.
Los cuerdos no damos consejos de buenos modales. No bien cumplimos con las normas sociales, no somos borregos aunque tampoco seamos libres. El mundo debe saber que los cuerdos también nos deslindamos de las palabras, y nuestras letras expresadas no se juntan con otras, se pelean entre ellas mismas, para no decir nada que no se entienda.
Desde un principio al no saber quiénes eran los locos, los estoicos querían que comprendiéramos primero a los demás antes de juzgarlos; los griegos nos enseñaron a razonar, pero no a ser buenos. Sócrates nos enseñó a pensar y a razonar con un objetivo. Los locos decimos que no hay objetivo y todo es presencial. Sócrates nos insitó a conocernos.
Pero Heidegguer nos enseñó a cuestionar y cuestionarnos. Cuestionar lo que somos y nuestra circunstancia, para saber quiénes son los locos y quiénes son los cuerdos.
Y habrá quién se vaya con todo su derecho y toda su cordura a las montañas, para poder no pensar, no ser nada, no saber, y escribir lejos del ruido de los carros, de los cuerdos y de los locos.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA