TAMAULIPAS.- Si es la primera vez que usted amanece en Victoria verá el esplendor del sol. Bienvenida señora, señor, a la ciudad del sol cuando amanece, el sol es como un trigo que espolvorea su color amarillo. La ciudad es un sol y un lirio junto al río. Qué tal si usted un día amanece y lo deslumbra el sol que entra por el horizonte que viene del mar y de la arena.
El Este es un gran porcentaje de la ciudad de la mañana. Verá cómo se acerca el día que viene de donde canta el último gallo. Tal vez se atraviesen unos pichones en el cielo antes de unas nubes gordas, blanquisimas, que un pintor convirtió en unicornios.
Si pone atención desde muy temprano escuchará el interminable rodar de una llanta. Son muchas que se juntan. De pronto el rumbido de un motor acelera el paso y los postes y los árboles y las casas avanzan hacia atrás y el tiempo pasa, el que usted recuerda.
Alrededor de una escuela son las horas pico, hay un jardín de niños, una primaria y una secundaria. Al mediodía se establece el concierto de baritonos y de sopranos anónimos. De la mano de un prójimo, detrás de un carro, al lado del señor de camisa verde, brincando un pozo, pasa un niño con su revisada mochila. Abajo de los ruidos se juntan todos los silencios. Los sonidos cuando son niños son pequeños silencios. Una motocicleta es un corno.
Durante el melodía los secretos aprovechan para decirse mutuamente y en la confusión alguien creyó escuchar algo, una palabra cierta entre toda la gente. Para estas horas si usted mira el reloj se dará cuenta que ha llegado y también podrá notar que está a media hora de llegar a cualquier sitio desde este punto donde se encuentra.
Si se mueve o no se mueve todo mundo se dio cuenta, es posible que se encuentre dos veces a una misma persona en una misma cuadra y sólo trate de recordarla. Las ciudad es lisa, llana, horizontal, pausada y engañosa. Y sin embargo está usted en la ciudad correcta. Estas son sus calles, camínelas como si fuesen células de sus zapatos, descaminelas reconociendo sus signos vitales, sus golpes y escoriaciones, sus abolladuras, sus graffitis, sus históricas cicatrices.
Llévese la ciudad a donde vaya. Guarde algunas palabras de esas que se dicen en las calles cada vez que una persona mira a otra, cada que alguien sueña o despotrica. Llévese la ciudad a sus tardes con sus gente saliendo de una parte y entrando a otra. Como un café durante la somnolencia. La tarde es un parque en plena calle.
La tarde es un viento en el boulevard, el pelo rebelde como las ramas de los árboles, las risas de los niños como canto de aves que comienzan a integrarse a la ciudad. Desde la ventana de un hotel o desde el techo de una casa el norte y el sur se llevan el tiempo con sus vientos del norte y el viento Huasteco. La ciudad entonces es un paso de mariposas, de migrantes y de aves que vuelan muy alto.
Y embargo en el encendido de las luces, la noche nerviosa es un resplandeciente ángel. En los rincones más inhóspitos la noche mete la mano fúnebre mientras la gente duerme. Cada día la ciudad emerge y usted levanta los brazos y estira el cuerpo.
Después busca a otras personas por soledad o por trabajo. Describe con sus ojos la ciudad que va mirando. Pone una raya imaginaria donde no hay ni un edificio.
Piensa en el mañana y es el siguiente paso, el ayer es un poco la nostalgia que se suelta de la mano, la ciudad que no fue, la que no fuimos, la que no pudimos construir con nuestras manos, la ciudad que todavía imaginamos entre unicornios. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA