Despojados los partidos de cualquier asomo de vergüenza, presenciamos una elección histórica que pudiera representar un paso más -el más significativo- hacia su abismo.
Desde hace años, las institutos políticos han entrado en una etapa de autodestrucción que se confirma todos los días.
La del 5 de junio no es una competencia que vayan a protagonizar los partidos. El lugar común reza que la confrontación será entre los candidatos y no las siglas a las que representan, pero tampoco eso es del todo cierto.
Mucho menos están de por medio las ideologías (¿o de qué manera pueden explicarse las disparatadas alianzas que observamos?), lo que vemos es la lucha de dos bloques políticos que en la búsqueda del poder están dispuestos a pactar con quien sea, al costo que sea. La descarada pepena de operadores es muestra de ello.
Ni es novedad, ni es para asustarse. Este proceso de degradación de la competencia política empezó hace mucho y está presente en todas las democracias subdesarrolladas como la mexicana.
Al elector, acostumbrado ya a votar por el menos peor, no le queda más que afinar bien los sentidos para tomar la decisión más decorosa y, quizás, elegir correctamente a quien represente mejor su visión del mundo, y le ofrezca soluciones prácticas a sus problemas inmediatos: la seguridad, la salud y el empleo es lo menos que debería exigirse a los candidatos.
Lo que se desploma frente a nuestros ojos es la estructura partidista, que bien apuntalada, debería ser el sostén de nuestro sistema democrático.
No es casualidad que el partido que más ha crecido en los últimos cinco años sea uno que difícilmente podría catalogarse como tal.
Desde su nombre, el Movimiento de Regeneración Nacional anticipaba lo que ahora vemos: una organización que carece del más mínimo orden institucional.
Tan sencillo como que a estas alturas, en Tamaulipas no hay un comité en funciones, y sea el delegado, Ernesto Palacios Cordero, quien deba cumplir con ese rol y el de bombero de todos los fuegos.
El PRI está por mucho en el peor de sus momentos. Ni en la derrota del 2016 vivieron una etapa tan compleja como la que ahora atraviesan, obligados a aliarse con el partido que los expulsó del paraíso, para -si acaso- acceder a unas cuantas posiciones burocráticas en un eventual gobierno de coalición.
¿Pero a qué costo?, se preguntan todavía muchos de sus militantes. La respuesta es sencilla: guardar en el armario la poca congruencia que les quedaba. La desaparición del PRI es hoy más posible que nunca.
Del PRD ni falta hace hablar. La corrupción de sus dirigentes “históricos” en Tamaulipas los mandó al basurero.
Lo mismo podría decirse del Partido del Trabajo, que como antes lo hizo con el priísmo salinista, ahora encontró en Morena su frágil tabla de salvación, a la que también se montó el Partido Verde Ecologista de México.
Acción Nacional entró en modo supervivencia. La elección del 2022 es tan importante para ellos que están dispuestos a correr riesgos importantes, como entregar parte del pastel a priístas y perredistas, aunque ello signifique la posibilidad del resquebrajamiento institucional.
Un signo inequívoco del momento delicado que vive el PAN es su dirigencia estatal, en manos de uno de sus peores soldados: Luis René Cantú, el “Cachorro”.
En conclusión, la elección del 5 de junio la van a ganar Américo Villarreal o César Verástegui, pero los partidos desde ahora ya están perdiendo.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES