Un voto es un voto y comoquiera cuenta, pero qué mejor si son muchos.
Imagino un voto solo al fondo de una urna esperando a otro. Pobrecito.
Luego hay votos duros y blandos, votos arrugados y votos jóvenes que no saben a dónde van ni a dónde fueron. En cambio hay otros bien sesudos y ese día se ponen el traje antes de que cierren la casilla y comience la pachanga de los triunfadores.
Hay votos únicos que marcan la diferencia y otros que se van en un taco. Votos en una despensa de gorgojos y votos coptados por otros. Votos comprados y vendidos, votos copados, coalicionados, condicionados y escondidos, hay votos valiosos de calidad y otros no tanto. Votos hay de todos y de unos cuantos usuarios. De todo hay en la viña.
Un voto, tantito más y es un veto, pero se mantiene condicionado en el aire acondicionado, si sale, se quema gacho. Por suerte hay votos agradecidos aun cuando también los hay de castigo y se parecen mucho los canijos.
El voto es hijo de la esperanza y el desengaño a un tiempo, esos gemelos perversos que se confunden entre los filigreses. Hay predicadores que salen a la calle a promover el voto con todas sus bondades y los hay quienes salen a buscarlo con disimulo y otros a inventarlo.
El voto es libre y secreto, agarra parejo cuando es democrático. Pasa por las calles más pobres y se mete a las casas del pueblo. Y ahí permanece escondido hasta que destapan al candidato.
Cada persona es también un voto enmascarado, lleva señales de triunfo, discurso bananero y recursos. Mantas, pancartas, logotipos, espectaculares, vehículos multicolores, banderines, himnos y todo para provocarlo. El voto sin embargo, si así lo desea, puede ser nulo.
Un voto cuando se junta con otros hacen a un hombre rico o lo empobrecen de plano. Lo llevan al pleno o a la calle de los reclamos. Un voto hace a los fans y a los ídolos del barrio, a los alcaldes, diputados y gobernadores. Puede un voto de un consejero del INE hacer que nada pase y todo sucede. Uno qué sabe.
Y por mucho el voto no es fácil. Para lograr y construir votos se hacen notas periodísticas, giras, se hacen malabares, trapecios, eventos multitudinarios, se hace el ridículo, se baila, se comen taquitos en la calle, se ruega, se suplica a una señito que siente que es ahora o nunca.
Hay temporadas en que el voto se pone el traje y sin embargo anda en harapos la mayor parte del año, olvidado por aquellos que lo inventaron. Los del Instituto Electoral en cambio sigue cobrando y no es culpa de ellos. Entonces eso que llaman el voto comienza un nuevo ciclo entre los iluminados.
Un voto es poder definitivo y a veces con ese tiene uno, otras veces se requieren muchos para convencer a un solo fulano. Y así anda uno por la calle cual hijo putativo de un voto valedor o de uno espurio. Pero es lo que menos importa, mueves la colita y sigues tranquilo.
Al voto convencido, convencional, como usted guste o mande, no le importa si llueve o truena, sale a la urna porque sale. Se ha trepado a un carrusel, se ha convertido en un ratón loco para caber en un hoyo, se cruza a si mismo y vota si así se lo piden los fantasmas, es un voto seguro y secreto del fuego amigo.
En temporada de votos, los votos se dan en los árboles y en las terribles bacanales, se entregan en la mano credenciales, son presionados por sus Iguales hasta que todo pasa y nada pasó el día de las elecciones, el día que los votos por más picudos que sean ven el final de sus días. Y como un sacrilegio todavía surgen aquellos que exigen que se abran las cajas donde al voto se le dio cristiana sepultura.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA