Se sabe que hace frío porque te agarra la temblorina si no te abrigas. Lo sé como sé que no todos se bañan en los iglús donde a veces está la ducha, al fondo del patio a donde tienes que llegar si quieres lucir brillante.
Es también que los músculos se endurecen y tienes que moverlos, calentarlos en una llamarada para que continúen funcionando. Los huesos cuando se enfrían tardan la vida en calentarse.
El frío ese gran democrático agarra parejo si sales a campo abierto y hay de aquellos que son sorprendidos en casa y entonces te cobijas y ya está la calabaza. La cobija entre más humana más necesaria y habrá veces que con esa tienes. Con tu peor es nada.
Las casas crujen en las partes por donde el aire se cuela imperceptible. Las ventanas muestran su tragedia sin pájaros en tierras de verano a cero grados.
La ropa de frío es el tema y la moda hasta que se acomoda y ya de perdido una chamarra o dos juntas para que no se mueran de envidia una de la otra. Jamás te la quitarías hasta que salga el sol y comiencen a florecer las anacahuitas en las banquetas que hay por la casa.
Por todos los medios posibles te ofertan el clima. La ciudad es una taza de café y un pan en el quiosco de la plaza Hidalgo. Una de las cinco mil plazas Hidalgo que hay en la vida.
Con todo eso existes y buscas estabilizar el termostato del cuerpo y la simulación hace que salgas al viento atípico y sales a rifártela. No te queda de otra. Estás en la esquina esperando el viejo transporte urbano que te lleve a cualquier parte.
Apartas el pensamiento y haces cosas variadas con las que intentas la vida, pero el frío no se espanta, si no que continúa con mayor ahínco, el pronóstico no se reserva, caerá nieve si nos descuidamos.
Pero la nieve no cae por un capricho vano. Cae donde las montañas de Miquihuana donde se vea más bonita para que la banda- que esperaron desde niños este momento- le tomen una foto o dos, o muchas, para subir aquellas en donde sales más bonito. El resto las borras para que nadie las vea sin tu permiso.
A los carros también les pega el frío en sus lugares más íntimos, es un clásico que falle el encendido y que aparezcan las dolencias en los fierros más rucos. Como uno. Entonces haces de todo para que encienda, le pegas a las terminales de la batería que no tienen la culpa, pero no te sabes otra.
Sales a la calle y eres libre. Nadie te reconoce ni se te nota el castañeo de los dientes. Puedes andar tranquilo sin que te cobren la renta o el abono de la tele Philco que debes desde 1950. Ya se están extinguiendo las teles, el mueblero con todo ya se ha ido y los que quedan te ofrecen un Ifone 12 por el mismo precio. Y te detienes a verlo.
El bulevar por donde pasa el aire frío es un tendedero de microbios, plagas y germenes muertos. Eso tiene de bueno el frío que limpia la intemperie de lo que no miramos.
Hay quienes quieren que caiga nieve, que el agua de las fuentes que ahora solo existen en la memoria se hagan piedras y sacas la foto nostálgica que guardaste para recordar en momentos como este, pero la nieve se niega.
Hace un frío seco colado por los agujeros del llano, por los hoyuelos de las agujetas de los tenis desvencijados.
El día pasa sin embargo en su tren solitario con sus colores serios y tonos grises que salen de los labios en el vaho. En los vidrios escribes tu nombre de pila y no el acertado apodo que te pusieron en el barrio.
Eres la taza de café y el pan y el pasado, eres la fuente vuelta pasto, sexenios pasados, un pedazo de hielo tiritando en el callado de tus heladas manos.
Vuelves a casa y el tema es el frío. Todos están conectados. Intentas decir algo. Ya no recuerdas qué, pero igual no lo dices, no puedes mover los labios congelados, enciendes el celular ahí están todos.
Posteas que hace un chingos de frío como si nadie se hubiese enterado y esperas con paciencia al único fan que tienes para que te dé un me gusta, un corazón rojo, una carita sonriente. Y te duermes con todo y la sonriente chamarra que luce más que nunca su rajada en la manga.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA