Este 20 de enero cumple su primer año de gobierno la administración Biden-Harris, pero en medio de un deterioro de la aprobación nacional de apenas 41.6%, la más baja en muchos años.
En cambio, en la casa de enfrente, la iniciativa política sigue en manos del expresidente Donald Trump y sus advertencias de que será el candidato presidencial en el 2024.
La presidencia de Biden se encuentra atrapada en la estructura imperial de la Casa Blanca, con mensajes recurrentes de la Rusia de Putin, de la China de Jinping y de la reconstrucción del poderío talibán en el mundo árabe.
En el continente iberoamericano, Estados Unidos perdió la iniciativa política, no ha podido imponer la reconstrucción del capitalismo opresor y los regímenes populistas antiestadounidense se multiplican por encima de los intereses del Departamento de Estado.
Como ha ocurrido de manera frecuente, las contradicciones políticas, ideológicas y racistas construyen escenarios de descomposición social y derivan en amenazas retóricas de una nueva guerra civil que en los hechos existe, como en el modelo de Enzensberger, como “guerras civiles moleculares”: el racismo contra la población afroamericana y ahora migrante, la multiplicación de milicias armadas que confrontan a las fuerzas regulares y estallamientos de violencia política de la ultraderecha desordenada como el asalto el Capitolio el 6 de enero del 2020.
La falta de argumentos políticos ha llevado al presidente Biden a construir su discurso de gobierno en una advertencia de que el régimen democrático estadounidense está en peligro por contradicciones violentas internas, pero al mismo tiempo Biden no ha querido ir hasta el fondo político de la crisis de polarización ideológica azuzada por el conservadurismo de Trump.
El juicio contra los señalados como responsables operativos de la turbamulta que invadió el Capitolio no ha servido para la reconstrucción de acuerdos internos ni para el desmantelamiento de los grupos radicales armados que se están colgando del brazo del discurso antisistémico de Trump.
La crisis de funcionalidad y de viabilidad de la administración Biden-Harris ha llevado al punto de adelantar desde hace cuatro meses el debate sobre la candidatura presidencial demócrata para el 2024, con la aceptación cada vez mayor de que la vicepresidenta Kamala Harris no ha estado a la altura de su cargo ni ha podido ayudar al fortalecimiento de la presidencia de Biden; por lo tanto, tampoco es considerada con seriedad como la candidata demócrata para el 2024.
El mejor escenario para explicar la debilidad del primer año de Biden se localiza en la construcción desde ahora de una expectativa para el 2024 que no ha dejado satisfechos a los demócratas: frente a la decisión de Trump de ser el candidato y de manejar desde ahora la agenda política y electoral republicana, ha comenzado a emerger, de la mano del expresidente Barack Obama, la posibilidad de que la candidata demócrata en el 2024 o sea nada menos que Hillary Clinton.
El presidente Biden está enfrentando ahora mismo un manejo errático de la política contra la pandemia.
El punto débil se localiza en el aumento de la inflación a tasas de 7%, con una disminución de las expectativas de crecimiento económico para 2022, dejando toda la carga de administración de la demanda en fondos trillonarios que han carecido de una estrategia de reactivación ordenada de la planta productiva y ha dejado la carga anticrisis solo en los subsidios que no pueden durar para siempre.
El debate que comienza a darse en círculos estratégicos estadounidenses no es nuevo: ¿tiene Estados Unidos la capacidad, la fuerza y la voluntad de imperialista para mantener su hegemonía mundial? El discurso de Biden para reinstalar a Estados Unidos como el eje de la democracia capitalista no ha sabido siquiera concitar el apoyo de sus aliados europeos, quienes, por experiencias históricas, conocen de guerras mundiales provocadas por expansionismos comunistas.
La debilidad de Estados Unidos como policía del hemisferio capitalista no se sustentó en su capacidad militar de fuerza para invadir países o desplegar fuerzas militares vigilantes o activas en todo el mundo, sino que se basó en el consenso interno de que sus guerras estaban defendiendo el american way of life o modo de vida americano o, de manera sencilla, el confort de su clase media. Vietnam no fue ganado por la guerrilla comunista, sino que EU perdió el apoyo interno de su población con las protestas contra la guerra y el reclutamiento forzado de jóvenes.
El frente externo de Biden está siendo puesto a prueba por provocaciones expansionistas hasta ahora políticas y discursivas de Rusia y China, pero en el escenario de la gran derrota militar de EU en Afganistán –su segundo Vietnam– y el mensaje de que el poderío estadounidense ya no sirve para defender posiciones estratégicas en el mundo ideológico ni para imponer su modelo político democrático en sociedades de configuración social diferentes.
Sin ninguna victoria política que celebrar y con derrotas legislativas severas, el primer año de gobierno de Biden ha carecido del glamour de otros tiempos, en medio ya de un debate sobre la posibilidad cercana o lejana de una nueva guerra civil, pero esta vez no por la vieja agenda racista del siglo XIX, sino por la confrontación ideológica con sectores ultraderechistas antiestado y antisistema que fueron dinamizados por el activismo de Trump.
Este debate ya llegó a las páginas de opinión de los grandes diarios estadounidenses que configuran la opinión pública.
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@carlosramirezh