TAMAULIPAS.- Decir crimen organizado remite a personas que, con fines delincuenciales, llegan a constituir una unidad o grupo. Es un término puntual cuyo poderío apreciamos cuando, a raíz de alguna detención, los criminales logran un exitoso rescate: sacan de una comisaría, de un hospital o incluso de una cárcel a sus cómplices.
Frente a esas manifestaciones de poderío, no sólo la desorganización del gobierno –representado a veces por policías municipales de enclenque preparación y pertrechos, a veces por una Guardia Nacional tan atemorizante como la carabina de Ambrosio, y otras por fiscalías sin capacidad para lograr penas en un juzgado– queda en evidencia, sino la de la sociedad misma, incluidos sus gremios, como ha sido esta semana el caso de las y los periodistas mexicanos. Los criminales se organizan para garantizar su impunidad, la ciudadanía no hace lo propio para combatir la misma, y lamentablemente estos días tenemos un botón de muestra con la muerte de otro periodista, el segundo en un mes, el 25O en el sexenio de López Obrador, el ene en lo que va de este siglo de violencia incontenible en México.
Ocurrió en Tijuana. El lunes. A plena luz del día. Margarito Martínez Esquivel fue asesinado. Dos balazos en la cabeza. Colegas de esa ciudad y otros que trabajaban a menudo en la frontera han lamentado la estúpida, irracional e increíble muerte de un buen trabajador de la información, de un apreciado colaborador en distintos medios. Pero lamentos aparte, ¿qué sigue? Si el pasado da pistas del futuro, éste no cambiará en lo inmediato: para el gremio periodístico y para la sociedad sólo se puede temer que habrá nuevos asesinatos, miles cada mes, y de un periodista cada siete semanas, en promedio. En Tijuana los colegas se conmovieron con las balas que les han dejado un hueco terrible.
Fueron tiros que les rozaron la piel. En la capital de un país con renovado centralismo, ¿resonaron las detonaciones asesinas? Los periodistas asesinados en México no mueren en la Ciudad de México. Esa circunstancia geográfica hace que sean muertes menos costosas para el gobierno federal, e incluso para los gobernantes locales. Son colegas que caen lejos.
Lejos de la prensa capitalina mal llamada nacional, lejos del Palacio de AMLO. Hablando del Presidente. Hoy los periodistas mexicanos padecen más precariedad que cuando López Obrador arribó al poder. Esta crisis no es culpa de él, pero el mandatario tampoco ha hecho algo para mejorar el régimen de libertades; y peor aún, ha normalizado las agresiones en al menos dos formas: con sus ataques a la prensa en las mañaneras, y con la indolencia: este gobierno ha protegido a una fallida directora de Notimex, ha perpetuado la discrecionalidad de la entrega de publicidad oficial y hace oídos sordos a noticias como la muerte de cada periodista asesinado, al tiempo que no le conmueve la acumulación anual de esos homicidios. Días después de que en Veracruz mataran al comunicador José Luis Gamboa, han matado a Margarito Martínez Esquivel. Su familia estará apenas a mitad del novenario.
Pero por parte de la que debería ser su otra familia –el gremio nacional de periodistas y editores–, acaso haya un rezo privado, una noticia suelta, un artículo por aquí o por allá, pero para nada el homenaje debido y obligado: un reclamo sostenido de justicia para este nuevo colega y para los anteriores. Una movilización efectiva que muestre que, frente a los criminales empoderados – incluidos los asesinos solitarios– y un Estado indolente, la sociedad sabe organizarse. El costo de no hacerlo será resignarse a prender veladoras en cada novenario.
LA FERIA / SALVADOR CAMARENA