Por instantes soy aire atrapado en las cuatro paredes de sangre y carne, por dentro soy el eslabón perdido y encontrado en su refugio secreto. Soy yo mismo.
Te leo y en los primeros párrafos, llevas el pelo largo, un par de diademas de colores. Y los ojos a tu manera saben mirarme.
Te miro detrás de mis ojos, desde esta liviana soledad donde se lee un libro, en la cima de una montaña, en el arrecife del aire que respiro por única vez cada que respiro.
Te veo a contrapié desde detrás de los párpados, te espío, te voy escribiendo en la frecuencia modulada del cuerpo, en el movimiento terso de los pensamientos.
Si hablas, si dices cualquier palabra de mis labios, sabrás el sabor del fondo del agua y el mar por encima de las circunstancias, viéndonos a la cara.
Por lo demás sigo pensándote aquí cerquita por donde ando. No voy lejos. Te oigo cuando llego a donde dijiste las palabras que ahora recuerdo. Si hablas es porque yo te escucho.
Te miro detrás de los ojos, de la vista, de la mirada absurda, te recreo en un barco que nos lleva lejos en la nave del fondo de las calles borrosas, donde se juntan los colores que has dicho.
Pasaré un lápiz por la calle y borraré los círculos falsos, los tachones de las esquinas y dejaré todas las palabras del paisaje alegre. Soy los ojos que te miran detrás de los ojos, soy en la mirada el cuerpo completo hecho del tuyo y el mío.
En la escuela de la vida, el ritmo al cual aprendiste a caminar por la calle soy, copiando tu estilo, soy lo que he sido.
Al escribir, salgo al sol para actualizar los colores, estoy sin el blanco y el negro, voy por más pasta, por un cigarro encendido en el juego de luces de un letrero. Caigo aquí en lo que estoy hecho, en el barro suelto a propósito de un aguacero, en el frío después nada, solo las ganas de un café oscuro. Y te escribo.
Como quiera tornas en las comisuras de los labios, con el silencio que escapa bajo palabra, andas bajo fianza en mis lecciones atrabancadas que nadie entiende de cualquier manera explicándolas.
Estás ahí leyéndote con todas las palabras. Y las palabras te han llegado de lejos como versos, como largas frases escribiéndose.
Yo solo digo lo que veo en este momento, no puedo pensar, borraría lo más bonito que hay en el mundo que es este tiempo que palpo, lo cambiaría por mi torpeza de pensar, de ir más lejos, de ser alguien que no es nadie. Y estar siempre a dos cuadras.
En las lecturas de tus ojos, soy una hormiga bajo techo, un pecho a tierra venido a menos, deseos vanos de salvar el pellejo.
En la tierra comienza a brotar el talache y la pala, veo al enterrador en las pestañas, estoy pendiente de seguir escribiéndote en algunas puertas, mientras no ocurra nada real que realmente suceda, sólo acudo a la cita de este segundo, estoy adentro en ese tiempo, afuera no hay nadie, me dejaron solo con el reloj, con el más delicado elemento de Cronos devorándose.
Actualizo la voz, imposto el silencio, descubro el mundo y lo hundo, entonces escribo un día lindo. En el apagado de luces, abajo hay movimiento, sombras favoritas de los faros, de los ojos que dibujan las raices de los postes.
Te miro en largas ausencias de aquellas tardes, las que recuerdas bajo los árboles de luz mercurial con hojas renegridas. Con las manos hago el puente para verte, construyo en la sílaba el segundero más delgado de todos.
Estoy aquí en tu viento como un hilo delgado en tu cabello, más ligero que un beso, más absurdo acaso que lejos, en los labios propios.
Estoy aquí en este presente, como un obsequio, en cualquier día sin sueño, como un descuido de un segundo viéndome, atrás de tus ojos leyendo.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara