«Hace calor», dice un señor, como si nadie se hubiera dado cuenta, y seca el sudor del cuello como para demostrar que es cierto, que no podría mentir con 40 grados a la sombra, como aquí donde estamos.
La mayor parte de la ciudad pasa por el sol. Hay personas capaces de cruzar una calle y volver sanos y salvos corriendo. Las casas se quedaron abiertas anoche por si el viento hubiese sido un acontecimiento. El calor es un vapor oscuro, la noche consumió el humo del cigarro y dejó un lindo recuerdo.
Aquí es una olla, adentro hacemos la vida en lo que nos cocinamos. Esto parece que estallará en cualquier momento. Quedémonos quietos. La pólvora sólo es una amenaza que se incinera cuando pisamos el suelo descalzos.
El pueblo, con esa temperatura, hizo un techo en Ia entrada, una enramada en el patio de la casa junto a un gran árbol. Hizo una alberca pequeña, una ducha matutina, hizo una excursión al río el domingo.
En cualquier momento llegarán los bomberos a echarnos agua, este es un incendio. La ciudad es una sirena encendida en las cocinas del mediodía. El día se cuese con el arroz, los frijoles y la sopita de fideo.
La gente desea que llueva con toda el alma y cuando llueve quieren a toda costa que el sol salga. Nadie nos entiende. Andamos a media calle acompañados de dos hormigas y un perro callejero. Así se siente a media calle el horno. Los plásticos se retuercen de dolor en el suelo y los papeles arden solos.
Un señor de mediana estatura pasa con un abanico aún en la caja. Los sistemas de aire acondicionado bajan el voltaje del barrio. Estoy planchando. El abanico gira y gira, me da tiempo para pensar en la mujer que quiero.
En el centro por el 7 Hidalgo es normal que una señora ande en patas de gallo. Otros se quitan los zapatos. El cuerpo escurre de agua por todas partes y no acabamos de bañarnos .
Hace calor. Por alguna razón los zancudos se alborotan y comienzan su ciclo. Me caen gordo. Les gustamos para un platillo de sangre, una moronga, un mole rojo con semitas en el lomo. Es por eso que enfrento a los zancudos en cualquier campo de batalla. Adquirí destrezas acerca de cómo cazarlos a mano pelona, mientras hacen el amor en el aire con el amor de sus vidas.
No tardan en pasar fumigando parejo en una camioneta que rocía gas letal para ese personaje de apellido anopheles. Entonces aquello es la bomba atómica y hay mosquitos heroicos que salvan a otros, otros no cumplieron su sueño ni conociera su peores nada, no hubo chance, se los cargó la tía de las muchachas.
Y sin embargo nadie hizo un huevo estrellado sobre el techo de un carro como dijo. Ni encendió un cerillo con nada más verlo. Por ende el sol calienta las banquetas, los techos de lámina, el agua, calienta los micros por dentro, el pelo, calienta el viento, hace mucho calor. Es cierto, está sin camisa y caguamera la noche.
Nadie se acuerda de las cobijas esas pobrecitas. Nadie recuerda el frío calando en los huesos y el montón de anécdotas. Ni del anafre, dónde andará. En cambio es muy venerado el refri, la sombra del parque, el helado, la paleta, el agua potable. En la sierra, a cubetazos se combate un incendio.
Hazte el abanico para acá, está haciendo un poco de aire, ya salieron las hormigas y se metieron . Ojalá y el que hace llover las vea. Friega que llevan para juntar comida, como si el agua no se fuese a quitar nunca. El agua disipó el calor de hace rato y comienza el ciclo. Una picadura de zancudo, un vuelo de pájaros. En el aire los zancudos se la rifan por una princesa, y en los ratos libres lo pican a uno.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara




