La histórica crisis económica del Covid-19 pegó de manera diferente a los municipios de Tamaulipas.
Pero de todos, el más afectado y al que más le ha costado recuperarse es Victoria.
Tanto que para el gobernador electo, Américo Villarreal Anaya seguramente será una prioridad delinear un plan de rescate para la capital.
El diagnóstico es claro: la vocación burocrática de la ciudad complica su desarrollo en un momento en el que la austeridad en el gasto público ya no es opcional.
Que la suerte de la localidad dependa del ánimo del gobernante en turno es una bandera roja para cualquier municipio que aspire a condiciones de desarrollo aceptables.
El despido en una sola semana de casi 700 obreros de una de las pocas maquiladoras que aún operan en Victoria, es sólo un recordatorio de esta crisis que no hace sino empeorar.
Van algunas cifras: en diciembre del 2015 en la ciudad había 58,627 empleos registrados ante el IMSS.
Para diciembre del 2021, la cifra era de 54,653, después de haber alcanzado picos a la baja de 53,249 durante la pandemia.
El déficit de plazas laborales es evidente si además se toma en cuenta que la población de la ciudad ha crecido: en el 2015 habitaban en la capital 346,029 personas y para el 2020 la cantidad subió a 349,688.
El golpe del desempleo ha sido particularmente agresivo con la clase obrera.
La industria de la transformación que en el 2019 reportaba 11,930 empleados, para diciembre del 2021 había caído a 6,834.
La falta de una vocación industrial distinta a la burocrática es un lastre que no será fácil de solucionar, porque durante décadas se han ignorado las obras de infraestructura que requiere la región para competir con otros polos económicos del estado.
La falta de agua y de gas, por ejemplo, desalientan cualquier inversión que pudiera generar empleos a gran escala.
En estas condiciones, puede parecer abrumadora la tarea de solucionar la crisis histórica que vive la ciudad, pero en algún momento alguien tiene que empezar.
Victoria y su gente lo merecen.
Martín y Rubén
En el 2005, cuando aún estudiábamos la universidad, un grupo de amigos entrevistamos a Martín Godoy, el violinista del trío Alegría Huasteca que en ese tiempo había llamado nuestra atención porque habían ido de gira a Europa con el grupo Los de Abajo.
La generosidad y la vena artística del huapanguero originario de Tempoal, Veracruz, nos abrió la puerta de un mundo que intuíamos, pero que no conocíamos en toda su magnitud: el de la cultura huasteca.
El texto se publicó en la revista Síntoma que habíamos creado en Tampico tres compañeros y yo: Josué Picazo, Cecilia Nava y Roberto González Elizalde.
En una esquina de la portada habíamos incluido una leyenda: “En esta revista no escribe Rubén Nuñez de Cáceres”.
El chiste (¿malo?) que pretendía ser transgresor, nos lo pirateamos de La Mosca que en aquél tiempo publicaba: “En esta revista no escribe Carlos Monsivais”.
Tiempo después, para otro medio también entrevisté a Rubén. De aquella plática, además de su amor por la filosofía, recuerdo su caballerosidad.
Ayer murieron Martín y Rubén, y aunque suene a lugar común, dejan un hueco en el imaginario colectivo del puerto.
Por Miguel Domínguez Flores