Toma este momento como si fuese un objeto. Has que se quiebre contra el suelo sin remordimiento.
Eres el carro salvaje a toda marcha. En el viejo carro americano. O mejor aún eres la bicicleta intrépida que pasó hace rato en el centro de un remolino de papeles y tierra. Si te pones las pilas pudieras llegar a ser tú mismo o al me creelo mientras eres manipulado por los objetos.
No te creas aire pasando como los barcos o los aviones, tu nave avanzará unas cuantas cuadras. No se notará si vas cansado y te bajas a tres cuadras. Todos se han bajado desde antes y no preguntes. Tu papalote se fue al monte.
Estás en una ciudad del mundo a lo largo de sí misma, en una ciudad al norte de su norte. En un sitio distinto el destino es Belgrado, pero aquí por la calle 16 el destino es muy pronto y probable. Sin muchas noticias.
El recuerdo recuerda a quienes no tiraron basura. Hay esos edificios de los ciudadanos buenos que hicieron la ciudad limpia. El concierto lleva roto el sonido del corno. No somos una ciudad perfecta.
La gente va jadeando a distintos horarios por otro lado. En éste, caminas pero no eres el único, porque sino trabajarías de todo y no podrías con los horarios locos y solo querrías correr hasta los 25.
Todo es un poco como la entrada a lo desconocido con sus molinos de viento. Puedes entrar y hacer lo que tú quieras en la ciudad hasta que te das cuenta que oscurece y por antonomasia deberá darte sueño.
Las cosas están locas y cuestan mucho dinero. Entre las paredes los objetos son innecesarios y la tendencia es un conglomerado de luces led sobre la malla ciclónica. Trabajas también corriendo tras la inflación pero ya te descubrieron. Y corres.
Sobre la ciudad, carro, te desplazas y vamos a ver cómo lo haces por los barrios antiguos sin escapularios ni rascacielos. Nadie supo, como siempre, a qué horas te quitaste los zapatos rotos sin escrúpulos.
Una llanta fue vulkanizada por encima de otra y la historia contó ese pequeño pasado y distinto. Viste cómo el mundo entero cabe en el agujero de un centímetro cuadrado. Cupimos todos en ese microcosmos. El mundo nació cuando pasó el último de los que fui diciendo.
Nadie supo dónde quedaron aquellos zapatos con suela de llantas, ni a dónde se mudó aquel mercado que los vendía. Habría que preguntar quién era aquel hombre. También para saber de quién era el perro ni quienes éramos aquellos que pasamos después.
Acabas de salir a los cuatro puntos cardinales que te persiguen. Ves hacía todos lados por si un pájaro pero no hay ninguno. En una camioneta se llevaron el escenario. Alguien llama a la puerta de la ciudad después de un silencio muy largo. Eres tú con el sur, con tus calles desde luego con tortillas y sus clientes. Y una cola pequeña.
Te recuerdo que eres carro y puedes ir más recio que despacio. Puedes volverte el tiempo y la luz roja que te detiene en el semáforo. Puedes voltear y llevar tatuada a la mujer de tu existencia. Puede que sucedan estas cosas, uno se da cuenta.
En bicicleta en cambio has jugado carreras contra reloj, contra ti mismo y contra otros, has arriesgado el pellejo, por tanto conoces el campo de exterminio. La bicicleta es a la vez un pensamiento y pedaleas en automático, por eso luego te andan atropellando vato. Cuando eres bici y no carro como al principio.
Pero tú, como un grandisimo jugador de fútbol, como una bicicleta por el extremo derecho, un carro en los arrancones, a estadio lleno por completo, con toda la imaginación que cabe en nosotros, en el destino de las ciudades perfectas quieres que exista. Y sigo escribiendo.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara