Crimen, peculado e impunidad de una gran mayoría de políticos y funcionarios públicos son la tríada maldita que tiene a México en la peor crisis de su historia contemporánea
Las escenas electorales vistas durante tantos años son como para reír a carcajadas y soltar el llanto que emerge desde el alma. Toda una paradoja.
¿Cómo es que muchos “políticos”, así entrecomillas, que han robado a manos llenas del presupuesto del pueblo y perpetrado los más horrendos crímenes contra la sociedad, se atreven a registrarse como candidatos de un partido político a puestos de elección popular?
¿De dónde sacan tanto cinismo, desvergüenza, descaro, hipocresía, desfachatez y osadía para enfrentar a la gente que le piden el voto, pero que es la misma a la que le robaron una enorme parte de los impuestos que esta pagó para obtener a cambio una mejor calidad de vida?
Alguien dirá que esta aberración es
de sobra conocida, que siempre ha sido
así y que en el futuro todo seguirá siendo así, y qué cuál sería la novedad de mis comentarios si desde nuestra infancia como el referente histórico muchos políticos han robado y cometido las peores bajezas y atrocidades sin el menor de los remordimientos y sin que la justicia los alcance.
¡Uf!, qué terrible es todo esto y qué enorme culpa cargan también de alguna forma los ciudadanos que, conscientes de quienes les piden el voto, ¡se los vuelven a dar!
¿Será cierto que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen? Aquí sólo se pregunta.
LAS GRANDES ESPERANZAS SOBRE AMÉRICO VILLARREAL
Independiente de lo anterior, que no pretendo decir que esas acciones criminales deban quedar en la impunidad, me pregunto si dentro de los planes de la llamada “clase política” habrá una pizca de conciencia sobre todas las tragedias que han cometido y si, en un momento dado, intentarán (por lo menos) tratar de pagar algo de la gigantesca deuda que tienen con el pueblo al que siempre han visto como un ente colectivo carente de inteligencia, pusilánime y altamente vulnerable, al que por esa naturaleza se le ensañan, al fin y al cabo los niveles de resistencia social son bastante limitados.
A partir del 1 de octubre habrá un nuevo Gobierno del Estado en Tamaulipas encabezado por el Dr. Américo Villarreal Anaya, un personaje del que muchísima gente tiene fincada una gran esperanza de cambio y justicia.
Por ser médico de profesión y por tener un carácter pacífico y amable, Américo cuenta con un capital político que triplica la expectativa de las y los tamaulipecos.
Y es que, con todo respeto, no es
lo mismo un médico que un abogado, preparado y habituado el primero a enfrentar el dolor de los enfermos y las angustias de la gente. Y lo que es más: salvar vidas.
En palabras sencillas, el médico es como la encarnación de la bondad ante el sufrimiento humano, y sin él todo
ese inventario de calamidades que nos acechan la vida sería no propiamente complicada sino una catástrofe cotidiana, pues vivir sin salud o teniendo encima en forma permanente los estragos de una enfermedad, la vida no tendría ningún atractivo.
Por eso, sobre Américo, se tienen grandes esperanzas de que la corrupción y la terrible decadencia de la clase política, como la caverna maldita que de pronto se ha convertido, se ponga a mano y en paz con el pueblo.
El hartazgo ha venido, en ese sentido, a obnubilar, ofuscar, confundir y oscurecer el verdadero sentido de la vida, que no es otra más que la felicidad de vivir sobre una tierra que Dios nos ha concedido.
CAMBIO REAL Y DURADERO; BASTA DE BACANALES DEMONÍACOS
Y por ese don grandioso de la vida es que aún creemos muchas personas que todavía hay futuro en la humanidad y que una gran diversidad de nuevos gobiernos tienen la capacidad, y sobre todo la voluntad política, de pulsar un cambio real y honesto, cuyo resultado sea duradero y no el efímero de apenas la promesa de cambio y presunta obra pía que se hace a través de las campañas electorales convertidas casi siempre en una desgracia, sino es que un bacanal de inmoralidades y corrupciones ya ni siquiera terrenales sino de actos demoníacos.
La palabra y las obras las tienen los que siguen; el pueblo es un observador impaciente.
¡Excelente semana!
POR MA. TERESA MEDINA MARROQUÍN
@columnaorbe
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