TAMAULIPAS.- Sé que no soy la única, así me lo han compartido mujeres cercanas, a mí como a muchas, más de una vez me han acusado, sin razón, de exagerar lo que siento, y sé qué una de las sentencias varoniles más comunes sobre las mujeres es que, nos hacemos la víctima, ante cualquier reclamo por respeto o piso parejo en el ámbito que sea, la defensa del hombre es soslayar la palabra, opinión o sentimiento de la mujer, y le espeta “no te hagas la víctima”.
Ya hasta hay bromas hirientes en las redes sociales sobre estos diálogos, y como ya sabemos mucho de lo que sucede en lo virtual es reflejo de lo que se registra en la cruda realidad actual. Y así vemos cómo se va distorsionando la palabra víctima a “vistima” minimizando el poder de la misma.
Víctima, sustenta la RAE es la persona que se expone a un grave riesgo por parte de otra, que padece daño por culpa ajena o causa fortuita, que padece de las consecuencias dañosas de un delito. Hacerse la víctima, cita el mismo texto, es quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás.
En esta última cita es quizás que, se basa la percepción masculina de que las mujeres nos hacemos víctimas, de todo nos quejamos, que nada nos da gusto, que nada nos embona y que por gusto deseamos inconformarnos por todo. Alzar la voz, para muchas aún está prohibido, hay quien todavía piensa que calladitas nos vemos más bonitas.
Sin embargo, una de cada tres mujeres en el mundo son víctimas de algún tipo de violencia por su condición de género, estadística basada en las que hablan, las que entienden sus derechos y piden hacerlos valer, también hay otra cifra negra de mujeres que no saben que se encuentran bajo un sistema opresor, que no conocen el violentometro, la escala de violencia que mide todos los tipos de agresiones que se comenten en contra de la mujer, que muchas de estas son invisibilizadas o normalizadas por la misma sociedad patriarcal.
En otros datos, toda mujer en algún momento de su vida es receptora de una agresión física, sexual, emocional, económica o institucional, en algún momento de su vida. Todas.
Y no, no nos hacemos las “vistimas”, somos víctimas de una desigualdad sistemática entre hombres y mujeres, donde ellos ganan más que ellas por igual función, donde ellos se sitúan en todas las decisiones de poder, de decisión, de valor, donde ellos pueden vestir como quiera sin ser juzgados; donde ellos no conocen el suelo pegajoso del trabajo doméstico, donde ellos no tienen que quebrar el techo de cristal, nos toca a nosotras; donde ellos votaron y fueron votados primero que las mujeres; donde ellos tienen los privilegios de ser hombres y ellas las desventajas por ser mujeres.
El poema Hombres necios que acusáis de Sor Juana Inés, no da la razón, somos víctimas del machismo, la misoginia y la discriminación por género.