TAMAULIPAS.- Me he probado muchas veces a mi mismo, he navegado en contra del viento en medio de la tormenta que no cesa. Puedo ver la orilla al otro lado de mi catalejo. Aún estoy loco. Puedo con más que eso. Por alguna razón desconocida, en todos los pedazos, me siento más fuerte y más vivo que nunca. Tengo todavía todas las tablas juntas.
Me arrojaron una piedra, piedra que rescaté del olvido cuando iba cayendo entre otras piedras. Bebo agua donde hay muchas piedras y las conozco abajo de los puentes desamparados. Nunca hubo crisis de piedras pero si de unos tacos. Escribo eso sin esfuerzo.
Vibro a un costado de la calle, pegado a las bardas con temas muy variados. El mono gramático escribe en el aire. Y algunas de las nubes que me persiguen hasta mi barco sin puerto, en el viejo barrio de poetas locos, comienzan su caída libre.
Vigente, con dos generaciones encima, la banqueta lleva los mismos postes muy puntuales a los transeúntes más vigentes. Los mismos espíritus se inspiran por la noche entre palomas encandiladas por el led de la enorme luna de la calle.
Sirve el lenguaje, pero me dedico a cosas distintas para evitar la retórica. No trato de convencer a nadie, los pájaros cantan y no saben que cantan. Por supuesto hay música clásica en las calles con Ia enorme sinfónica. Verdades y mentiras se cruzan y se miran sin saber cual es la una y cual la otra.
El cuerpo se afianza de un suspiro y apenas tengo tiempo de ver la hora en que se hace tarde sin pisar raya en ninguna rayuela. Llevo algunas preguntas que se me ocurren, otras que no he visto todavía y se vuelven arqueología.
Veo las cosas y baste. Fluye mi locura para percibir la eternidad, para que la memoria olvide el tiempo que desaparece en tirones de presente. Debo muchos segundos que pagué sin saber.
Creo que el paisaje es fundamental para dibujar. Quienes no hemos viajado en tren conocemos esa ventanilla fantástica e imaginaria que mira otros paisajes. Cerramos los ojos y vamos llegando a Pénjamo y comienzan entre la claridad a verse las cúpulas.
Anoche, la noche estuvo a punto de decirme algo pero amaneció. Ando en eso de entender por qué amanece. Me gustaría repetir delante de ustedes ciertos amaneceres con unas palabras. Es una idea muy antigua que el agua habla a través de mi. Hablo sin querer por la raza. Sin razón alguna. Así es como llegan los días inesperados.
Como ciegos que buscan su camino andamos todos, uno es dueño de lo que dice otro una vez dicho. Demaciado formales, silenciosos como si fuésemos verdaderos: caemos en un charco, resbalamos con una cáscara de platano y no somos nadie cuando apagan las luces.
En su pluralidad de voces, como en un pozo, la ciudad abre y cierra sus puertas, caminamos por una calle y al pensar en una persona esta persona aparece, es un milagro.
El amor es a veces la unión de dos opuestos, la otra orilla que se necesita; es nuestra ración de suerte, la lectura de un fragmento bonito para seguir viviendo sobre un precipicio de miradas.
Sí, creo que construimos el rostro. Nuestra cara lleva los espacios amplios de un campo abierto. Hay ciudades con vida que brotan de los labios en unas cuantas frases y de pronto lo que digo se desvanece.
En un patio propio ve nuestra vida un gato y un pájaro en su plumaje lleva el vuelo presentido, algo distinto voy pensando, y mientras camino por un jardín cósmico reinicio el vuelo.
Desde arriba puedo ver los techos, los rincones oscuros que nadie ha visto antes en el barrio: con sus hombres y poetas locos entrando y saliendo de un jueves, a un lado y a otro de su versión más utópica.
HASTA PRONTO