19 abril, 2025

19 abril, 2025

La metáfora del árbol 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Un árbol nunca está inmóvil. Cuando un árbol nace inicia su viaje al cielo. Crece viendo al sol y ese es su destino, busca la eternidad entre las nubes. Uno puede observar cómo es que crece, puede uno echarle agua, volverlo nave, casa, campo de batalla de pájaros.

El árbol, hecho de agua, es una balsa. Es un dibujo al mismo tiempo en la pared, que en la tarea de 4° grado a una plana con una breve descripción. Sin tacha. 

El árbol sin embargo avanza, da un rodeo y vuelve siempre a reordenar el paisaje. Un árbol incluye poemas, pinturas, ritos, religiones y oxígeno puro. Con una casa en primer plano el árbol conserva su mejor foto mientras se llena de lluvias y concreto.

Con el árbol en la plaza llegan los aguaceros, y los relámpagos animan la fantasía y la vieja metáfora que recuerda la mitología griega. Tranquilos. Eolo pelea con Zeus en la copa de un árbol desde donde se puede ver el otro lado del mundo imaginado. 

Sin árbol no hay agua y sin agua no hay árbol. En medio el hombre es descubierto con un machete y un macetero. Con la noche y el día, fuego de luces de vengala en la noche oscura, el ser va todavía con su capa de héroe derretida. 

Las hojas secas vuelven a las raíces. Con el tiempo el árbol tiene hojas y frutos para repartir entre los vecinos. Hay sonrisas muy sinceras de agradecimiento y el joven más flaco trepa por las ramas como un chango mientras el tiempo pasa. El chavo baja antes de que sospechen y que lo sorprendan viejo. 

Ya para siempre estamos rodeados de árboles y hay leyes escritas en algún lado del árbol. Aquí tienes los pájaros de las manos, la talacha, la década de una vida mientras crece el árbol. 

Fundador de espadas, preferido de los patios y de los gorriones el árbol parece inofensivo. En su oficina hay aves en una asamblea de trinos y uno de todos alerta por si un leve ruido de lluvia. En crece a sus anchas y elige las ramas según el decorado del vecindario. 

El árbol si lo miras abre el camino inmenso del infinito. Hay poder en la altura, en la cima donde comienzan antes los días de la tierra. De pronto un día cualquiera el muro fatigado del árbol se cubre de signos, le ha crecido una calle en todos estos años, la memoria lleva mucho recordando el olvido y los abrazos. «Es el otoño no te apures», me diría el árbol si hablara. Hay hojas secas del árbol por el suelo. 

Un tiempo después ocurre lo impensable. El árbol continúa su viaje y contra todas las hipótesis sobrevive en medio de los edificios. La ciudad es ese breve instante frente a un árbol con un kilo de tortillas en la mano. ¿Por qué no? Desde una perspectiva única tal vez sea eso lo que nos distinga. 

Sin árboles no habría columpios ni señoras sudorosas bajo sus sombras completando la vida. Debiera haber un árbol para cada persona, con la misma responsabilidad que cuidarse una parte del cuerpo implica. 

Tal vez en el futuro no haya árboles o sólo haya árboles, eso nunca se sabe. Nos tocó conocernos, todo contenido en una cáscara de nuez. El mundo a menudo es tan pequeño y flota en el ego. En este instante pienso y mitigo un poco mi pequeño cuerpo de gato, con un pedazo de cinturón aprieto una parte del mundo. 

Escribo. Saco mi lista, mi cuaderno de biología. El gran diccionario de los más gruesos y ahí hay aún un gran árbol. Lo he descubierto, tal vez en un futuro me haga falta una foto o tal vez sea yo quien haga falta en este cuarto. Quizás soy un árbol, hace rato no me miro al espejo y la lluvia no cesa. Se me han caído algunas hojas. 

HASTA PRONTO 

Por Rigoberto Hernández Guevara

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