Estás muy tranquilo pensando en algo que ahora no recuerdas ni podrías explicar, ya que el pensamiento a veces son imágenes indescriptibles y no palabras.
Entonces, sin proponértelo, el oído selecciona un sonido que viene de un lugar desconocido por el momento. El viento, escultor viejo, hace una estatua de música y cuando la vemos se desvanece en el aire. La música sigue persiguiendo escuchas y construyendo imágenes fantásticas.
La música arrastra las hojas de los árboles hasta la hojarasca sinfónica de una discusión inútil. Alguien baila. Otros promueven un producto en una camioneta que pasa por la calle. De repente todo es música. La sensación llega a todas las células y antes que se acabe la canción aplauden.
La música, encarnada de esa manera, es necesaria en algunos terrenos de la casa. Hay un sitio para escuchar el play list o desde donde se atrapa la música o por donde escapa, como siempre ocurre.
La música acompaña al sentimiento en su estado de ánimo. Podría no hacerlo, pero las canciones siempre nos recuerdan, nos reviven, nos vuelven eternos. La música acompaña también al ruido y al silencio que se juntan a escucharla, acompaña la noche, tal vez un cigarro.
La música es también poema en el firmamento de estrellas. Es un signo que da respuesta al grito efímero y lo vuelve perdurable hasta que se disuelve o se revuelve con una motocicleta, se enreda entre el canto de los pájaros y en los pies asustados de quien corre calle abajo.
El mundo de la música es mejor si bailamos. Todos lo hacemos aunque sea de manera breve, moviendo los labios, los pies de un jueves de chinga. La música se mete a los cuerpos, hasta que brota y todos celebran el acontecimiento. Habrá música antes del evento, durante un receso, mientras se come o para quedar dormidos.
Hay música en los pasos que se acercan. Podríamos interpretarlos con instrumentos musicales con su rumor de sílabas, con su tribu de silencio, con su pueblo de voces. Hay música en la prosa, o debería haberla. Hay música que no se escucha, se siente.
La Música es un poco fugitiva del tiempo. Vive en el espacio y suele quedarse cuando nos vamos. Por eso también de manera inesperada la encontramos. La música nos acompaña en este viaje, en el bolsillo cabe una guitarra, un bajo retumba desde un audífono de punta.
La música, que pudiera ser visual, se disfraza de llanto, de risas y carcajadas a un lado del banyo, en un concierto donde somos los únicos invitados. Cuando nos vamos dejamos el olor, la tibieza, el sopor de la aglomeración, la nostalgia que quedó de nuestra música dicha.
Entre el hacer y el ver está escuchar, la música es la memoria que resusita en quien la canta y cada vez que se escucha. Es un puente colgante entre la brevedad del pequeño pasado y el presente repleto de gente en los mercados.
Habrá que descubrir cada quien lo que la música nos dice. Hay un himno en el pasillo de cada edificio, un corrido en un carro con las ventanillas abajo. En lo alto el cielo escucha y sopla una flauta que se afina entre los garambullos del desierto. En el disuelto viento de un campo vacío de fútbol hay un gol gritado hace un rato.
El muchacho que camina ahora lleva música en sus orejas. Con su pensamiento inventa otra música, desafina, trata de que nadie se entere de que él es quien canta. El muchacho es también esos otros que lo piensan, es el que compuso la rola, es quien ve en nosotros un precipicio de miradas. Otro que lo ve lo escribe, lo hace página que respira y grita.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara