Me acuerdo de mi niñez en Cd. Jiménez, Chihuahua una pequeña ciudad enclavada en el bolsón de Mapimí, un lugar desértico, caluroso en verano y muy frio en invierno. Mis recuerdos son de una niñez feliz, en casa de mi abuela “Talana”, yo aparecía por ahí, no sé porque magia de la vida.
Por las tardes me ponía a ver con ella la maravilla del crepúsculo, acompañados con una concha y leche.
Allí, a mediodía, las doce en punto, se servía la comida, siempre de tres tiempos, sopa de arroz u otra, el guisado y frijoles, en el centro de la mesa de la cocina rajas de chile poblano con tomate y cebolla, tortillas por supuesto, a veces recién torteadas a mano por mi tía Tacha.
La casa tenía un enorme corral con dos grandes mezquites, y al fondo un corralito donde don Salvador, un vecino, tenía sus vacas. En ocasiones lo acompañaba a ordeñar y tomaba leche recién ordeñada.
Nosotros, mis padres, mis hermanas y yo, vivíamos en otra casa pequeña a tres cuadras de la casa de mi abuela, donde el baño era una letrina.
De repente un día murió mi abuelo paterno, y mi papá nos dijo, a mis hermanas y a mí; “Nos vamos a Monterrey…”. No sabía porque, pero nos cambiamos de ciudad, una ciudad grande, con muchos retos para una familia pueblerina y pobre.
Sin embargo, había muchas cosas que admirar, lo primero el cerro de La Silla, se veía al sureste de la casa donde vivíamos, orgulloso símbolo de la ciudad. Por las noches al este, se veía el cielo rojo. Me decía mi papá “Es la fundidora…”, otro orgullo regiomontano.
Llegué allí al 4o. año de primaria, a la escuela Calles. Nosotros vivíamos en la calle Colón entre las calles Venustiano Carranza y Xicoténcatl. En ese barrio había muchos niños de mi edad y jugábamos el tiempo que estábamos libres. El 4o. Año lo disfruté mucho, el profesor “Paco” era estricto, pero al llegar de la escuela y lo mejor es que después de comer, mi papá se ponía conmigo a hacer la tarea.
Enfrente de la casa, había terrenos baldíos del ferrocarril, los limpiábamos y allí jugábamos, fútbol, beisbol, o cualquier cosa que se nos ocurriera, en vacaciones desde las 7:00 de la mañana, a veces hasta las 10:00 de la noche. No había problemas de inseguridad.
En los veranos íbamos a Jiménez, en ferrocarril, mi papá trabajaba ahí, regularmente el tren llegaba tarde pero el viaje era una aventura. Pasábamos una semana maravillosa, con mis primos, llegábamos a la casa de mi abuelita, todo el piso era cama.
Jugábamos en el corral trepándonos a los mezquites, pero lo mejor era ir al ojo de agua que está a unos 8 kilómetros de la ciudad, un cuerpo de agua transparente y limpio donde nadábamos, comíamos sandia y sándwiches que preparaban nuestras mamas. Todavía es el paseo obligado de la ciudad.
En Monterrey estudié parte de la primaria, secundaria, preparatoria, y mi carrera de Ingeniero Químico, allí hice buenos amigos.
Al día siguiente de haber presentado mi examen profesional, ¡tenía trabajo en Tampico!, increíble.
Sigo en contacto con algunos de mis amigos, los que conocí de niño, y a los conocí en la escuela y platicamos de aquellos buenos tiempos.
Llegué a Tampico, realmente a la zona conurbada de Tampico-Madero y Altamira. y quedé maravillado por lo espectacular de sus recursos naturales. Lagunas, ríos, el mar, un lugar paradisiaco.
Tenía un magnífico trabajo y ahí conocí a la que hoy es mi compañera y esposa, Pilar. Tenemos 4 hijos, que amamos y disfrutamos durante el tiempo que estuvieron con nosotros, una de las mejores cosas en mi vida; mi familia. En los trabajos donde he laborado, he tenido la oportunidad de viajar y conocer otras culturas.
Si, fueron buenos tiempos. De hecho, todos tenemos recuerdos de buenos tiempos pasados.
¿Sera que hoy con la inseguridad, que los niños no puedan salir a jugar sin supervisión, no poder ir “de raid” por el riesgo, hacen los de ahora malos tiempos?
No lo creo, son diferentes, de hecho, siempre han sido diferentes, van cambiando, pero los retos que vivimos en el día con día de repente ocultan lo espectaculares que son.
Como ejemplo, tenemos celulares, computadoras personales, redes sociales, cualquier cantidad de información disponible a la mano.
Entonces, ¿por qué de repente tenemos la idea de que los tiempos pasados fueron mejores?, porque cuando los vivimos, los disfrutamos y de ellos guardamos su recuerdo en forma mas vívida que los malos momentos que enfrentamos, ¡y que bueno!, eso nos hace ver que hemos tenido una buena vida, los tiempos pasados son buenos si vivimos un bien el presente,
Del pasado guardo los buenos recuerdos, a mi familia y a mis amigos.
POR FRANCISCO DE ASÍS