8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

Feos y por la de Hidalgo 

Crónicas de la calle / Rigoberto Hernández Guevara

Sería lindo vernos en una gran pantalla mientras vivimos, y pudiese también llegar a ser terrible. Quizás nos ayudara a opinar sobre nosotros y a sorprendernos de la gran actividad que durante el día ejercemos.

El amigo que viaja en la otra acera de la calle nos observa y nos absuelve. Siempre es así, vamos soltando personas que se cruzan en el camino diario y atando cabos con otras tan espontáneas como lo es la existencia. No reparamos en la múltiple acción, los millones de objetos que, dispuestos de cierta manera, nos dicen algo. 

Envueltos en la vida propia hay un menú en el hambre que no sale en las fotos. Escondidos están los fantasmas que saldrán para un día de halloween. Uno se toma la selfie y se observa. Parece que en relación al grupo estoy más o menos y esa probable medianía inventada por mi es sobrevivencia. 

No nos vemos. Por eso andamos feos por la de Hidalgo. Si supiesemos eso traeriamos un espejo que arreglara el entresejo en la angustia, para ver la anciedad en los pies que marchan de prisa. 

Para la metáfora muchos poemas caminan y van sin falsas pretenciones por las calles de un barrio oloroso a incienso y a pólvora. Muchos poemas son poetas callados que interesan a las palomas, y a los ensayos luminosos de la vanguardia. 

El regreso a casa prevé una vuelta al hogar donde nos conocen y nos toleran a regañadientes. Uno vuelve a su silencio de realidades y adentro del mundo del cuerpo sabemos y nos queda muy claro lo que somos. 

Con cualidades creativas, en verso pensamos un cabello amarillo, las uñas adquieren un espacio en el mercado de valores. Hay «spa» para que las preocupaciones se vayan al diablo en los paraísos artificiales donde nos descubrimos y descubrimos a otros soñando. 

En Ia visión volcada a ver cosas que no existen se pierde la lógica. Dañado, el espacio vacío se llena de sombras, y de acuerdo a las ideas uno pone los colores. El rojo nos sienta más que el negro y viceversa o ninguno. 

El comienzo de la obra siempre es lento para no espantar a los espectadores. El día es una fiesta de disfraces, un juego de máscaras para encubrir los escarnios del cuerpo y eliminar nuestra versión, que para ese entonces sería apócrifa por completo. 

El amigo que nos observa nos absuelve y difiere de otros. La gente puede entonces creer o no creer lo que ven sus ojos exclusivos. En medio de una tormenta de personas alguien nos nombra y alguien- otro alguien- levanta la mano, pelea por decir presente. 

Ser feo es un paradigma callejero y emblemático que no es cierto. De alguna manera somos una especie de mitos y cada uno queriendo ser iguales a otro somos distintos. En alguna parte del bolsillo escondemos el mapa de la república de los feos, que para nuestro ego debe estar del otro lado del océano literario. Lejos de nosotros jóvenes y guapos. 

Ahora, con tantos criterios estéticos, la guerra de los utensilios y herramientas para conservarse más o menos rentable se ha recrudecido y ya nadie le cree a los poetas. Las modas cambian rápido y cada día son más caros para aquellos que quieren estar al último grito. 

Cuando sea el embajador de este país en Francia no podría ir en fachas. Pero voy alucinando garra, me conformo sano y salvo viéndome en los aparadores del centro, situado en mi epidermis, animado con la duda de ser o no ser como todo el mundo, el más feo y el más guapo, para que no se peleen los términos que siendo distintos provienen del mismo sitio. 

HASTA PRONTO 

Por Rigoberto Hernández Guevara

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