Llegamos al pequeño atracadero a la orilla del rio Grijalva, íbamos al cañón del Sumidero, nos subimos en una lancha de motor, nos facilitaron salvavidas que procedimos a ponernos como salvaguarda y empezamos el trayecto. El paseo inició suave y súbitamente, el lanchero incrementó la velocidad causando la algarabía de quienes íbamos en la lancha.
En un momento dado el lanchero, bajo la velocidad y nos empezó a dar una explicación sobre aquella maravilla de la naturaleza, de paredes enormes, de piedra caliza, en algunas partes, lucían un color oscuro causado por el agua al caer al rio.
Estas paredes están coronadas con una vegetación verde intenso, que, según nuestro guía, alcanzaba alturas hasta de un kilómetro. Vimos la cascada del “Velo de novia”, que desde las alturas dejaba caer el agua hacia el rio y lucía haciendo honor a su nombre. Luego, vimos a un cocodrilo que en una actitud somnolienta, parecía no dar importancia a nuestro paso frente a él.
Seguimos nuestro camino, y mas adelante, a nuestra derecha, otra caída de agua, el Árbol de Navidad, que, aunque no tenía el caudal con el que da su mejor cara, es también un espectáculo para los visitantes.
De pronto, empezaron a aparecer algunas botellas de plástico en el agua, conforme avanzábamos se veían más, llegamos a un punto, donde el agua tenía un remanso y ahí se concentraba una gran cantidad de botellas, pareciera que la naturaleza las tenía guardadas allí para nosotros, para que fuéramos a recoger esa basura que le habíamos dejado. Lo anterior es una muestra de que, como sociedad no somos lo suficientemente conscientes, no nos importa tomar el cuidado necesario del medio ambiente.
Imposible dejar de pensar en la playa Miramar y recordar la cantidad de basura que queda en ella después de haber tenido la visita de un número importante de personas. Ahí queda la basura, alguna de ella la recoge el mar y se la lleva a algún lugar donde nos espera.
Y si hacemos una revisión rápida como país; de acuerdo con la UNAM, en México el incremento de temperatura es mayor que el promedio global de 1.1 °C mientras que en México ya rebasó los 1.6°C con respecto al período preindustrial, y lo que se espera es que se incremente por encima de los 2°C para el 2050, que es mayor a lo establecido en el Acuerdo de Paris. Como es bien sabido, esto es provocado por la emisión de CO2 causada principalmente por la combustión de combustibles fósiles (carbón, gas natural y petróleo).
Otro de los efectos que se ven, es la intensidad con que los rayos ultravioleta pegan en la zona, donde parte de la primavera, durante el verano y parte del otoño están en los valores máximos de 11, que son la consecuencia del daño hecho a la capa de ozono, principalmente por refrigerantes clorofluorocarbonados.
A pesar de que la zona sur de Tamaulipas esta designada por la NOM-085-Semarnat 2011 como zona crítica en el numeral 4.24.7 que las define como “aquellas en las que por sus condiciones topográficas y meteorológicas se dificulte la dispersión o se registren altas concentraciones de contaminantes a la atmósfera”, no existe siquiera un sistema de medición en la zona que nos
pueda dar información acerca de los contaminantes a los cuales que estamos expuestos, que nos permita establecer que medidas deben ser tomadas.
Si seguimos en esta vertiginosa carrera de calentamiento y alcanzamos los 2”C, el efecto sería irreversible y catastrófico con mas de 400 millones de personas que sufrirán sequías y falta de agua y un desbalance ecológico por perdida de hielo en los polos, pérdida de especies de mamíferos, insectos y flora.
La indolencia es evidente, probablemente ahora pensar en el 2050 nos parezca lejano, y muchos de nosotros ya no estaremos, y por ello no tenemos la voluntad, ya no de dejar un mundo mejor para las siguientes generaciones, sino un planeta que al menos pueda ser recuperado.
Por Francisco de Asís