Para los días asiagos te llevo la última vez que nos vimos. Te llevo las manos en la boca, los ojos cerrados como dices, entonces pasaba un carro como un objeto por la ventana y la luz del sol de la tarde hace años nos distrajo.
El sol que dio en el verano abajo de la mesa te llevo. Atrás de cada objeto te llevo la memoria de cada uno con sus días y noches sin estrellas.
La conversación que fuimos como un largo camino, es hoy una mochila con ropa y plumas, una computadora laptop absorta, unos lentes para el sol de la playa después de la barda y un tramo de tela con tus huellas. Una pequeña salamandra que estuvo escondida.
No olvidé olvidar. A sí que puedes preguntarme por la respuestas que no traje, en cambio traje una sola razón atada al cuello. No olvidé mirarte antes de doblar las esquinas de los cuadernos en donde anoté por primera vez tu nombre; sólo un detalle, pude haber traído la calle sin héroes, el viento que pasó echo un papalote.
Cuando te pueda ver te llevaré en una flor el aroma del mundo. Te llevaré ahí mismo, si observas bien, un libro con tus poemas. En la misma caja y al anverso encontrarás mi firma.
He coleccionado cosas, objetos recientes y antiguos que guardé para dartelos viéndonos a los ojos.
Iremos juntos a lo que ha sido el inmenso espacio de este confinamiento, la tarde húmeda como tus labios, adherida, pegada ala, desde entonces rama, te llevaré en mí, en mis alas.
Por ahora voy en los cables, en el cielo azul y raso, pensándote. Te llevo las palabras una a una y las necesarias. Te he leído muchas veces junto a los letreros. Sobre tus brazos a esta hora recuerdo y veo los objetos que te llevo.
Tengo para ti objetos de arte. Un cristal que refleje la luz y la voz, y tu voz en el puente hablándome al oído. Seré el mismo una y otra vez cada vez que respires en mis mejillas. Y el lobo que habita en esas calles y un rayo, un desmayo inesperado como un beso te llevo.
Iré personalmente con las cosas que no suelen despegarse, con el azufre, la crema, el agua en la frente resbaloza en los surcos espolvoreados en el aire. Te llevaré el aire con el aroma de los mangos grandes, las guayabas, los cañaveral juntos.
Te llevaré la tierra que pensaste cuando se haga noche y me quite los zapatos. Y cuando la tierra sea en los cuerpos dos grandes ciudades sin respirar y sepa por la ropa, por los vestigios, que he llegado a tu casa, te llevaré mi existencia, mi pueblito de risas y de fantasmas.
En la lumbre de mi estufa azul y roja con dos mechas prendidas, te guardé un litro de aceite, una mesa chica con mis manos arriba. Envuelto en celofán sin explicaciones, te entrego lo que soy y lo que he sido con lo que sale, con cada palabra de una metáfora.
Te llevo la risa junta de ambos, porque apenas juntándola, porque apenas llorándola, haciéndola pedazos como a las tristezas una vez lágrimas. Te llevo los días que vengan.
En la raíces de las veces que pelié y la última vez que perdí, la voz del vencedor viéndome para abajo sin compasión durante el golpe maestro, te llevo mis días de gloria, los meses y los años con sus historias verdaderas de una por una.
Iré a ti a raíz de la espera, al sitio predilecto donde estás despierta, al sillón, a la luz sobre tu pelo liso y llano abajo de los hombros, en pensamiento, y en el pasamanos, abajo de la abeja que construye un reino.
Te llevo mis días pasados, los mediodías que de tanto sol oscurecen en las casas, casas metidas en otras, las puertas muy cerca, el rechinido que todos oyeron a la una de la mañana.
Te debo a cambio algunas personas que pasaron por las calles y que no quiero llevar. Son multitudes, se me olvidarían. A cambio te llevo el morral donde estaban con lo que decían.
Estaré ahí en el silencio clásico sin que falte el motivo atrás viendo cómo nadie hace ruido. Te llevo las manos que hablan al tocar por nota el teclado. Tu danza es un receptor para la música hermosa, el baile es inevitable conforme va llegando la noche que te traje.
Te llevo la cena pedida por teléfono, mi voz una vez dicha, para ti solamente sin nadie más que escuche.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara