TAMAULIPAS.- Detrás de cada letra hay otras. Detrás, escondido en una palabra, está alguien. Cada palabra lleva otras pegadas. Cada dicho es también un silencio, lo fue antes, sabe cómo hacerlo.
Al comentar un suceso nos queda claro lo que omitimos. Cuidamos no tocar algunas palabras y nos escondemos de ellas, cuidar que no haya desgracias. Por eso las palabras ajustadas a cierta opresión se vuelve ligera y falsa.
Detrás de nosotros hay palabras que desean decir para que se haga algo con ellas. Han hecho un cuarto con una marquesina en la esquina. Alguien con una palabra dijo que pondrían una tienda.
Las palabras saben que otra las persigue, que las palabras se persiguen hasta encontrar un sentido a sus vidas. Las palabras viven. Las palabras viven en el silencio y el silencio existe.
Una palabra es también una cosa, dibujo, firma, es aire, tiempo, lo es todo y nada, una palabra falta o está de más decirla. Habría que explicar las palabras que siendo de una postura también están en la otra, o aquellas que lo mismo significan una cosa que la otra en la falsa retórica.
Una palabra hace fuerte a otra, la anima a ser dicha cuando decir algo es necesario. Pero hay palabras que salen solas, de alguna parte salen tantas palabras sin ser invitadas, dijiste una y cayeron todas en cascada.
La palabra cierta está junto a los hechos, hecha de la misma masa encefálica, es sincera y abierta y puede decirse fuerte enfrente de las narices. Una palabra cierta no se olvida ni se ignora; pues lo que designa existe en el ambiente y puede tocarse, puede hacerse otra cosa si quiere.
Una palabra libera otras que se vuelven frases, párrafos, textos, artículos, libros y tremendos alegatos en los días del juicio. El sentido común ordena las palabras. Sin embargo la vida nos sorprende y comienzan a verse una que otra de las mentiras en el desorden.
Una pregunta solicita encarecidamente las palabras que no contiene para incorporarlas a su lenguaje. No hay ofertas. Cada palabra cuesta según quien la expresa, quien sepa darle el valor que se merece.
Las palabras no echan frutos ni obsequian flores. Pero podemos hacer que se sientan con una palabra bonita. Una buena palabra es recordada hasta sus últimas consecuencias. Muchos años después las palabras dichas nuevas, recordarán las viejas, cuando todavía no había tantas.
Ahí está la palabra escrita, se diga o no se diga, la palabra en un sello, en un grafitti, la palabra contenida ahí está, ahí existe sin ser dicha, en Ia punta de la lengua. En el origen del lenguaje. En la primera palabra con la cual inicia una contienda.
Soltamos una palabra y esta emprende el viaje a su significado, la interpretación está en los oídos del que escucha. ¿Qué querrá decir para ese entonces, que nueva palabra inventará para justificarse?
La música contiene palabras. El bajo con su voz gruesa lleva el paso de una sílaba. El agudo no es un corno es una flauta de caña, una mujer delgada y expresiva que iba dialogando con su pareja por la calle.
El silencio no es sino sonido húmedo, luz oscurecida, palabra no dicha en la duda, incertidumbre, urdimbre, cualquier cosa. Y a veces el silencio son todas las palabras reunidas en una junta, un receso, un recreo del alma y el cuerpo.
Todas las palabras son felices pero dependen de otras. Una palabra sola, única, la que hace al hombre de una palabra, es sin embargo la más valiosa. Y más vale que valga.
Somos una palabra, una pareja de palabras, un montón de ellas. Somos todas las palabras que escuchamos y decimos. El mundo trae las palabras en los labios para ir al mandado y para cantar en el baño.
HASTA PRONTO