Dice el Adriano de Marguerite Yourcenar que en la política la verdad facilita y agiliza. La vida me ha permitido comprobar que tiene razón, ya que los políticos suelen ser expertos y perciben la mentira de manera inmediata, mientras que a la verdad pueden tardar en descifrarla.
Como abogado de gobierno y de bufete, en cientos de negociaciones acompañé a mis jefes y a mis clientes. En ellas me convencí de que nuestra mentira es inútil con los inteligentes y tan sólo genera su desconfianza o su desprecio porque piensen que somos estúpidos o que somos rateros o ambas cosas.
En el bufete he visto a empresarios negociar sus intereses de cientos o miles de millones en tan sólo 30 minutos de franca conversación. En el gobierno he atestiguado negociaciones internacionales, congresionales, laborales, comerciales y hasta religiosas. La constante ha sido la misma. Aclaro que la verdad fundamental puede ir contaminada de mentiras menores, pero no a la inversa.
Así funcionó durante 70 años el régimen dominante del siglo XX mexicano. Por ejemplo, prometieron seguridad social y fundaron el IMSS y el ISSSTE. Instalaron hospitales como La Raza, Siglo XXI y 20 de Noviembre. Cada año había más asegurados, nunca menos. Cada año había más quirófanos y medicamentos, nunca menos. Cada año había más médicos y enfermeras, nunca menos. Sus acciones, muchas veces, tuvieron mentiras secundarias, pero lo esencial era verdadero.
En un ejemplo de signo contrario, la reciente reforma sobre la permanencia militar en seguridad pública fue tardada y complicada, ya que a muchos nos da la impresión de que ni el gobierno ni la oposición dijeron la verdad. Desde luego, descarto las versiones extremas. Esto ni resuelve la criminalidad, como lo promete el gobierno, ni futuriza la dictadura, como lo advierte la oposición.
Creo que la verdad es que el gobierno lo hizo porque ya no tiene otro truco del cual echar mano frente al problema y tampoco puede desertar en la derrota abierta. El PRI no quiso que la reforma fuera rechazada y que con eso el gobierno se lavara las manos y les endilgara las culpas. Y el PAN la rechazó para decir que se los advirtió y que el Primor se volvió a equivocar.
Repito que Publio Elio Adriano tiene razón. He tenido que dirigir algunas negociaciones congresionales de alta complicación ideológica y política. Menciono tan sólo la ley contra la discriminación, autoría de Gilberto Rincón Gallardo, y la ley de responsabilidad patrimonial del Estado, autoría de Álvaro Castro Estrada.
Con el auxilio de la verdad y de la razón, ambas fueron rápidamente aprobadas por unanimidad y con dispensa de trámite, no obstante que aquella chocaba con muchos prejuicios de la sociedad y ésta afectaba muchos dineros del Estado. Además, el entonces presidente, con quien no coincido, pero reconozco que las promulgó sin vetarlas constitucionalmente y sin criticarlas mediáticamente.
También he participado en negociaciones internacionales con el país más poderoso del mundo. No para discutir un simple proyecto burocrático del futuro, sino para reparar serios agravios de soberanía ya consumados. La verdad y la razón nos llevaron fácil y rápido a la comprensión, al entendimiento y a la cooperación, mientras que la soberbia de nuestro orgullo y la soberbia de su poder tan sólo nos hubieran llevado a la colisión. No hay país tan débil que no pueda ayudar a los otros y no hay país tan poderoso que no necesite de los otros.
Nunca se debe mentir con la soberbia de creer que nosotros somos los únicos inteligentes. No existe un gobernante tan incauto al que todos puedan embaucarlo y cuando se equivoca nunca es por engaño, sino por conveniencia, por complacencia o por inconsciencia. Así también, no existe un pueblo tan ingenuo al que siempre puedan engañarlo y cuando se equivoca tampoco es por engaño, sino por hartazgo, por desesperación o por rabia.
La verdad es muy buena socia. Por eso Charles Colton dijo que la verdad tiene un amigo, que es el tiempo. Tiene un enemigo, que es el miedo. Y tiene una hermana, que es la libertad.
Por José Elías Romero Apis