Caminas por la calle. No es la mirada de siempre la que obedece sino otra que te sustrae al oriente, la que te lleva; lo supiste mientras observabas los platanales, los abejorros que dormían adentro de la mente, los propios silencios incendiados y paralelos en un torrente. La vida no es quedarse.
Los días llevan a la tarde donde alguien espera. Vas de nuevo, repetido, con los mismos cabellos largos, el sueño aún repleto de fantasías triunfalistas. Piensas en el día siguiente más grande que ayer, apenas después de este. Piensas revivir al que fuiste.
En un moverse siempre para acallar las venas reventando y sumidas en deterioro, dejadas, ligeras y revoltosas, consumiendo hilos de papel, escribes en la escarcha del asombro. Escribes con esa sangre.
¿Qué habrá sido de la lluvia en el prado llorando sigilosa entre los amplios y verdes matorrales, en el campo de flores e higos cerca de una casa en lo que buscabas una hoja suelta? No había ninguna. Encontraste a cambio una pelota en la banqueta. No tenía propietario.
¿Qué habrá sido del agua lánguida y triste dejada a propósito en un charco sencillo que se fue secando? ¿Qué habrá sido de la lluvia aquella, de las tarde de los chiquillos corriendo como lagartijas ganando el paso a los elefantes, escapando de un circo? Imaginaste un barco. Lo dibujaste a tu gusto antes de llevarlo al océano del náufrago imaginario.
¿Qué habrá sido del lodo que se hizo aquella vez durante un partido en el campo de juego de un solar baldío? Me caí. Llegué embarrado de lodo, quizás de estiércol.
¿Qué sería del agua, qué de su río, del mar mismo moviéndose, revolcándose en sí mismo, qué sería del río huyendo siempre, de pronto alegre, de pronto sombrío? Al río le creció un puente, hoy lleva agua, papeles, rastros del hombre indigente.
La música pasa por todos los aposentos, antes de instalarse como sinfonía, uno recrea las instancias, recorre las viejas capillas del oído. Cuando ya no puedes explicarte una obra, el arte te gusta porque te gusta. Y eso pasa siempre con quien escucha la 6ª Sinfonía de Beethoven. Tu escuchaste una cumbia.
En el generoso espacio, en el sencillo rostro, en tus puertas que se abren como ojos, como alas que quieren volar, hay una larga lista de sobrados motivos para quererte.
Hablaré a la hora en que te hables. Será un suficiente decir en esta vida y la siguiente, al otro lado de la montaña del profeta que me dijo que me gustabas. En ese humo ves el viento invisible y escapas a los olores, dejas testigos, recados que no se leen con cualquier par de ojos. Eso tienes.
Suficiente y atroz, rebelde sin causa es mi nombre sabiendo que hay en el sitio perfecto, el momento exacto, la esquina adecuada para encontrar tus resabios en un tímido arroyo que cruza las calles.
Aquí está mi voz que canta a tu risa cristalina de cielo, a tus junturas de mujer de cuerpo entero. Viendo la vida pasar asi como yo te quiero escapada de mis días. Terreno fértil en un día de campo, cubriendo con tus hojas el jardín de mis silencios, al despertar despierto.
Así es como yo te quiero amplia y generosa. Acertiva y victoriosa así es como te soñé con el mismo nombre de pila, de agua, de marfil y oro. Por tu cuenta corren las avenidas y tus pasos me llevan a las vías de una sonrisa. Estoy ahí, en tu boca, es necesario que lo diga.
Hay otro mundo, la cara oculta de la moneda, la otra historia no escrita por imaginaria, por fantástica. Hay otra versión de nosotros cantando ante un gran auditorio.
Está ahí el niño asombrado viendo en el aire el monstruo imaginario. Pero estar contigo me salva y me hace un ser humano. Está uno que te dice, que despacio sin decirlo inventa este pequeño naufragio con un personaje y un barco.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara