En realidad soy un niño. Una parte de mi no creció, se quedó en la infancia. Siento que por eso, esa parte de mi vida que a ser niño se dedica, no acepta la edad que el cuerpo reclama. En realidad soy un viejo que vive afuera de mi cuerpo. Sin querer, nunca he dejado entrar al viejo.
Nunca le he dado motivos al ruco para que se posicione de mi pellejo y por el contrario, creo que al niño que soy le vale madre eso. Todavía descubro cosas que se arrastran por el suelo, exploro el infinito de escenarios de un vistazo. Creo que puedo crear pequeñas ciudades en el suelo con carritos de plástico.
Así como no permito entrar al viejo, tampoco dejo que entre el esclavo, al miedoso, al mentiroso, al hipócrita y al falso profeta, ni al coscupicente, ni al que finge ni al que pone las cortinas de humo. Son preceptos que aprendí a ver en mi y no en los otros.
En cambio no he podido evitar sucumbir a cierta vanidad, a la tentación que es a veces mirar, dejé entrar la pasión, el delirio, la poesía maldita.
Creí haberme subido a un tren, pero este permanece en la estación de la ciudad . Estoy solo y llevo mucho tiempo aquí viendo por la ventana y escribo.
Quizás por eso con aire de presunción pueda decir que trato de crecer inútilmente leyendo. Luego escribo. El resultado está a la vista, no me he movido en el tiempo al mismo ritmo. Y sin embargo me queda bien claro que algún día, niño y adulto, caeremos de ancho juntos.
He jugado mucho. Todavía cuento los pasos y por tanto sé cuántos hay de aquí a un poste. Sin pisar raya recorro la banqueta. Me han visto llegar a la tienda descalzo, rebotando una pelota.
Eso sí, cargo una maleta de libros, muchos pincel, papel, block de dibujos, acuarelas, acrílicos, tintas y etcéteras, un par de corbatas largamente olvidadas, un pueblo fantasma de obceciones, un royo negativo de la vieja escuela de fotógrafos y, para acabar, un frío de la chingada cuando hace frío.
Y sin embargo me ensamblo el veintiunico gorro negro y salgo al frente de batalla que es el pequeño parque con columpios que está frente a mi casa. Concluyo el párrafo.
Ninguno de mis años se mantiene intacto, sin descanso, en tareas bastante nimias, he celebrado la adolescencia que me empujó con mucha fuerza a una juventud temprana y eterna. Pero seguí siendo niño. ¿Cuál será el rapaz capaz de engañar? Lo ignoro gachamente. Como niño también ignoro que es lo que justifica mi existencia.
Paso de un lugar a otro: De ser adulto, de un brinco soy niño, puedo sentirme libre de prejuicios y de juicios personales y ajenos. Créanme, lo hago sin esfuerzo. Hay muchos sitios en donde no dejan entrar a los niños. Eso no impide que todos los adultos que entran sean niños.
No obstante, siempre había querido escribir no obstante. Eso podría ser interesante para el chiquillo que juega en mi cabeza con una computadora hecha de memoria de la verdadera.
Hago un esfuerzo y me instalo en la edad de acuerdo a mi contrincante, para ser del mismo peso. Uno conoce a los personajes. Hay gente muy seria, creerían que estoy loco. Claro que lo creerían y lo irían a contar a otro y así hasta el infinito.
Creo que la juventud y adolescencia juntas son para mi el justo medio entre la niñez y el viejo que es libre como el viento. Pertenezco al escenario único de la vida bajo el cual el tiempo ha sido siempre este, el que usted ve, con el que usted me absuelve.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara