Porque nuestras familias se lo merecen y porque ya no debe crecer la cuenta de los años sumergidos en la incertidumbre y el miedo que ha generado la violencia desatada por los grupos fácticos obsesionados en dominar Tamaulipas, esperamos que estos sean tiempos de un nuevo comienzo.
Los tamaulipecos debemos hacer un alto en el camino y reclamar y alimentar la esperanza de empezar un cambio que sacuda las viejas estructuras que alimentaron la impunidad y la inseguridad.
Hoy que se conmemora el Día del Periodista, reiteramos una convicción que se ha fortalecido en la medida que hemos vivido experiencias dolorosas e intimidantes.
Apenas en el comienzo del 2023, crece nuestra certeza de que la convivencia social, el crecimiento y el progreso tienen como piedra angular tres palabras:
Tranquilidad.
Legalidad.
Certidumbre.
Durante los últimos años miles de ciudadanos perdieron sus vidas o desaparecieron, otros más fueron desplazados de sus tierras de origen y despojados de su patrimonio.
Involuntariamente quedamos atrapados en la vorágine de la violencia, nos convertimos en una zona de silencio donde denunciar o simplemente hacer el recuento y la historia de los abusos y crueldades equivalía a comprar un pasaporte hacia la muerte.
Así lo vivimos desde el 2012 en nuestra casa editorial, sacudida por la explosión de un coche bomba que estremeció los cimientos del edificio donde cumplíamos nuestro cotidiano deber de informar.
En los años siguientes conmocionados vimos abandonar la ciudad a compañeros que tuvieron que buscar refugio en zonas más seguras para proteger sus vidas y poner a salvo las de sus familias después de recibir una advertencia estúpida: desapareces o mueres.
Un mes de diciembre, en la víspera de la Navidad, aterrados nuestros compañeros descubrieron una cabeza humana abandonada en la entrada de nuestras instalaciones, con amenazas de muerte.
Otra vez se trataba de infundir terror.
Ha sido un largo y negro periodo que tuvo el peor de sus momentos cuando en junio pasado asesinaron al salir de su casa a nuestro compañero Antonio De la Cruz y a su hija Cynthia.
En este caso y en toda la historia negra de agresiones que vivimos hay una sola conclusión: la impunidad es total.
Ni un solo detenido, investigaciones fallidas o retorcidas, y lo peor de todo, la indiferencia total de las autoridades responsables.
La Fiscalía General de la República y la Fiscalía General del Estado se enclaustraron en impenetrables murallas de silencio, sordas e insensibles ante el reclamo de información que años después sigue sin respuestas.
La soberbia y el silencio es parte de su naturaleza pero también una forma de ocultar su incapacidad para cumplir la ley y hacer justicia a las víctimas de las agresiones.
Entonces cae uno en la cuenta de que es un aparato de injusticia insensible, inservible e incapaz de responder a sus obligaciones.
Hoy esperamos que con el renacer de esperanza que surge cada vez que se abre una nueva etapa política, se generen los cambios que alienten la rendición de cuentas y que las víctimas de los criminales tengan la respuesta que se merecen.
El cumplimiento del deber no admite más aplazamientos y debe traducirse en acciones para que se cumpla la ley y prevalezca el estado de derecho, esa entelequia ensalzada en los discursos oficiales.
Devolver la paz y liberar el fantasma de la violencia y la inseguridad que nos ha perseguido por lustros es el compromiso fundamental.
No pedimos nada que no nos corresponda como ciudadanos.