No he conocido en Tamaulipas, a un periodista tan potente como el nuevolaredense, Daniel Ulloa Campos. Trabajé con él, por casi un lustro en La Prensa de Reynosa. Hoy, puedo decir, que ha sido uno de mis mejores maestros de periodismo. Talentoso como pocos, era capaz de poner con sus textos en un grito, a políticos, a gobiernos y a grupos de presión.
Fue un redactor trashumante.
Se marchaba de Nuevo Laredo, para regresar al poco tiempo.
Por décadas se movió como periodista y editor independiente.
Como los grandes, en sus momentos más gloriosos vivía en la modesta medianía de los reporteros de su época.
La primera vez que lo vi, fue en la oficina de aquel periódico. Bajo unos impenetrables lentes negros, la mirada del dirigente obrero –Reynaldo Garza Cantú–, escrutaba cuerpos y mentalidades, al tiempo de cuadricular sus estrategias; de alianza o de combate. Iba a iniciar una de las contiendas más trepidantes –y creo sangrienta– que el pueblo haya visto en su historia, contra Heriberto Deándar Martínez su antítesis de autoridad y propietario del periódico El Mañana de Reynosa.
La disputa, había iniciado por los espacios de poder en la localidad, y se expresaba en una pugna cotidiana por la opinión pública desde los espacios editoriales de ambos impresos.
El año que conocí a don Daniel, estaba por empezar la fragorosa lucha por el control en el municipio del transporte público.
Cuando estalló la guerra, la ciudad se conmocionó: peseras incendiadas; camiones vandalizados, voceadores de ambos bandos agredidos.
No es metáfora: el fuego se expandió por todo el pueblo.
La Prensa, gracias a esos eventos había logrado posicionarse como la competencia más cerrada para don Beto Deándar, en el plano informativo.
Las páginas de ambos medios, chorreaban encono, coraje, hiel.
El gobernador, Emilio Martínez Manatou, se hizo que la virgen le hablaba: se sentó en la mesa de su bar, a esperar la destrucción de uno u otro contendiente. Total: él estaba de paso, y lo que menos deseaba era salir manchado por pleitos rancheros; una baba de perico, era lo que se disputaba –seguramente pensó– por lo que se mantuvo al margen.
Ambos rivales, no sólo querían demostrar su fuerza en las calles y en los espacios de autoridad; a la vez, deseaban exhibir sus instrumentos para gobernar el municipio. Táctica tal, pasaba necesariamente por la construcción de un diario influyente en la sociedad reynosense.
Esa farragosa atmósfera, hizo a don Reynaldo, traer de Nuevo Laredo a Ulloa Campos.
En semanas, su sola pluma, hizo de La Prensa una bazuca.
Su sola presencia, trastocó el escenario mediático en la ciudad.
Feroz, el verbo escrito de don Daniel.
El Mañana, no era la monita de los cerillos.
Con un equipo editorial encabezado por José Luis de Anda Yancey, el profesor Fortino Cisneros Calzada y otros reporteros de menor estatura, pero de igual bravura, hicieron de la publicación de don Beto, el más combativo y moderno medio fronterizo.
Esa época, me dio la oportunidad de ver –leer más bien– memorables polémicas entre los hábiles periodistas de El Mañana y de La Prensa.
Quizá por el aprecio por ambos bandos –yo era simplemente un espectador– hasta hoy, sigo viendo un empate en aquellos épicos puyazos de página a página.
Saludo y recuerdo –ni más ni menos: por el Día del Periodista– a esos amigos, de los cuales mucho aprendí; tanto de sus actitudes, como de sus escritos.
Por José Ángel Solorio Martínez