Todas las noticias, salvo las de AMLO, nos dicen que México va muy mal.
Si esto coincide con las complicadas situaciones que se viven en otros países o es sólo nuestra, la problemática la vivimos a diario y no hay soluciones a la vista.
Posiblemente sea la estampa del momento. Aquí llegó la primavera de la sucesión presidencial de 2024 y se develan aspirantes para conducir al pueblo a la superación para todos.
Los partidos en desorden. Las asociaciones cívicas se ostentan definidas. Por el momento, la escena política se mantiene confusa y sin dinamismo.
¡Ni siquiera las promesas de precampaña animan! Revisar la prensa, escuchar noticiarios nos condena a un ejercicio de depresión. Los espacios de comunicación repletos de acusaciones, descalificaciones, críticas, augurios fatales. Las revelaciones que condenan no animan.
El panorama sociopolítico está infectado de la arrastrante discordia que el gobierno de AMLO ha sembrado. Es con pesada gravidez que el país entra a escoger al que ha de encabezar el próximo periodo sexenal confirmando el fracaso de entidades públicas y la ciudadanía, que no supo actuar en su propio interés. Lo mustio prevalece y los argumentos no son de aliento creativo, sino de corrección de errores acumulados pasados y recientes. Así el comienzo, poco anuncia de bueno.
Falta optimismo. Tanta acusación y crítica desalienta perfilar una administración apetecible. Se olvida que mucho depende de la actitud con que se hacen las cosas.
Los negocios no se lanzan anticipando la derrota. El espíritu con que se proyecta el futuro lo determina. Preocupa emprender así la gestión de un nuevo gobierno.
Todo lo anterior viene a cuento. El contenido de los mensajes que emiten los políticos de oposición sólo condena la actualidad. Ahí se detienen. Parece que los fracasos de los gobiernos anteriores produjeron un miedo cerval a describir como atractivas alternativas y mucho menos promesas.
Una negra pantalla se adueñó de todo. El mexicano, decepcionado por naturaleza pierde acción en el agrio escepticismo que todo digiere. Así no se puede.
Hay que cambiar de película. Dedicar los meses que quedan antes de las elecciones presidenciales a la cuidadosa preparación de las características del gobierno que viene es lo que corresponde en esta coyuntura.
Si es seria la intención, la alianza de los partidos de oposición es imprescindible para rescatar la autoridad cívica y evitar que continúe centralizada en la persona que ocupe la Presidencia.
Romper con la paciente conformidad del sector popular, o la tolerancia de las clases medias que critican sin actuar, completado todo ello con la estrategia de las grandes empresas nacionales que nada arriesgarán en los próximos meses más de lo que apostarán en los amparos que interpongan para defender los intereses de sus accionistas. Ninguna de esas partes tienen firme voluntad de hacerlo.
El enemigo más perverso de una democracia dinámica mexicana es la suma del escéptico pesimismo y la falta de convicción renovadora de los dirigentes sociales y el verdadero deseo de cambio de los políticos de profesión que sólo quieren perpetuarse.
Lo contrario sólo induce promesas sin vigor y denuncias sin intención.
Pero no todo está perdido. La mera posibilidad de la oposición por desorganizada que por el momento parezca, de lograr sustituir el autoritarismo populista actual demuestra que el espíritu de México está vivo y que es capaz de superarse y que es necesario cambiar el tono de la propuesta que nos está llevando a la derrota.
Nuestra evolución sociopolítica ha venido realizándose intermitentemente desde el siglo XIX. La fase en la que nos encontramos ha sido de ensayos destructivos de instituciones y órganos públicos y privados que venían sirviendo, y sólo podían perfeccionarse.
Las lecciones que todavía estamos viviendo en socialismo tropical podrían aportar a un esquema de gobierno que recoja recetas de eficacia acreditada.